Malcom Lowry nació en Kirkenhead, Gran Bretaña, en 1909, en el seno de una familia acomodada que nunca entendió su vocación de escritor. Se dedicó a viajar en su juventud por Extremo Oriente, experiencia que utilizó para escribir su primera novela, Ultramarina (1933). Estudió en la Universidad de Cambridge. En 1935 comenzó Bajo el Volcán, su novela más conocida, y no la concluyó hasta 1944. Aún tardó tres años más en lograr publicarla. Durante todo ese tiempo, y prácticamente hasta el final de sus días, luchó incesantemente contra el alcoholismo y la pobreza, sufrió el robo y la quema accidental de algunos de sus manuscritos. Se casó dos veces y vivió largo tiempo en México, de donde fue finalmente expulsado. Murió en 1957 en Ripe (Sussex), a consecuencia del deterioro físico provocado por el alcohol, dejando un buen número de obras inéditas que se publicaron postumamente. Hoy en día, es considerado uno de los escritores más importantes del siglo XX.
John Houston llevó al cine su novela Bajo el Volcan en 1984. La editorial Visor ha editado una traducción de sus poemas.
Hay pocos autores en el siglo XX que posean el talento de Malcom Lowry. Si buscan malditos este hombre lo es a conciencia, pero a su infortunio se le unió algo más; Malcom Lowry, encima, fue un escritor extraordinario.
Bajo el volcán
Bajo el volcán fue un libro que leí tarde, en 1997, más que nada porque hasta que Tusquets no se decidió a publicar todas las obras de Lowry uno sólo podía encontrar viejas ediciones latinoamericanas de hojas amarillentas. La historia de aquel ex-cónsul vagando por tierras mejicanas, embriagado de mezcal y pena, de delirium tremens y fragilidad, se me quedó grabada en el alma.
En Geoffrey Firmin hallé a un perdedor que no miraba de medio lado, a un borracho que no lanzaba bravatas ni pretendía cambiar el mundo, se trataba simplemente de un hombre inteligente y sensible que caminaba derecho al abismo, capaz de revelar en cada uno de sus pasos toda la mística de la muerte y la belleza de la vida encarnada en aquel lugar de México, Cuernavaca, expresada en los raros momentos de sobriedad. México ejemplificaba a la perfección la visión del cielo y el infierno. Pero lo más asombroso del texto era su escritura, su manera de describir el deambular del ex-cónsul hacía su final, el retrato único del alcoholismo, de su lucidez ebria, el modo de relatar los esfuerzos de Ivonne empeñada -quizá como el lector- en salvarle, la forma de iluminar ese México polvoriento y ardiente de los años treinta, ese escenario de fantasmas, de extranjeros vestidos con trajes claros de lino y alcohol a borbotones. Lowry escribió con el alma y las vísceras esa ceremonia del abismo, la esencia oscura de la condición humana, su épica lucha entre la creación y la destrucción, reflejada en los ojos de Geoffrey Firmin, y quizá, en verdad, contó su propio naufragio.
El libro está dividido en doce intensos capítulos que reproducen doce horas en la vida de ese cónsul despreciado. Malcom Lowry habló en varias ocasiones de lo simbólico que resultaba esa cifra, doce horas, doce meses del año, e incluso hizo referencia a la cábala para justificar, ante un lector de una editorial que rechazó el libro, la conveniencia de publicarlo. No puedo olvidar la hermosa historia de amor de Geoffrey con Ivonne, su ex-mujer, la recuerdo porque desde el principio quisé creer que ella lo amaba en verdad y su abandono fue debido a la debilidad, tal vez porque ya no era posible seguirle sin pensar en su propia muerte.
No debo desvelar nada más de este libro que Lowry tardó nueve años en terminar, porque lo mejor es adentrarse en la historia del cónsul alcohólico sin otra información que el propio prólogo del escritor redactado en 1948, vivir de cerca su extraña y trágica belleza, su absurda y magnífica dignidad, ese amor que no pudo afrontar y la culpa inmensa acumulada que pretendió borrar intoxicándose de mezcal.
EXTRAÑA TIPOGRAFIA
Yo escribí: «en la oscura caverna de nuestro nacimiento». El impresor puso«taberna», lo que parecía mejor: Pero en eso reside el motivo de nuestra risa, Dado que en la página siguiente «muerte» aparece como «suerte». También puede ser que la palabra de Dios sea «distracción» Y en nuestra extraña tipografía aparezca «destrucción», Lo que es cruel.
Me ha impactado la «Extraña Tipografía». Me tomo la libertad de citarla en mi blog.
Un saludo,
E.B.
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