baudelaire y el espantapájaros-(Las flores del mal)

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El poeta Charles Baudelaire se me apareció en sueños, o quizá yo aparecí en los suyos. Calvo, febril, con la nariz aguileña y el rostro aterrado, abrió la boca. Sudaba en abundancia. Decía haber escapado del infierno seduciendo a los demonios. Me hubiera gustado reconfortarle el cuerpo con alguna esperanza, pero, francamente, su aspecto me produjo una sensación desagradable, un convencimiento de que su largo naufragio se hallaba próximo a llegar a su fin. Había oído hablar cientos de veces sobre él. Sabía de sus Flores del mal, me había embriagado con ellas, y confié ciegamente en otra época de mi vida en Los paraísos artificiales. No era necesario que se presentase pero lo hizo. Estaba pálido y sus ojos brillaban, afirmaba todo el tiempo: me equivoqué, amigos, me equivoqué. Sus viejas ropas de dandy estaban ajadas y ennegrecidas, costras de mugre y lamparones cubrían su antigua elegancia. Había soñado tanto, había deseado con tan inmensa fuerza abrazar tal número de espejismos, a excepción de los que tal vez le hubieran salvado. No creía en el progreso ni en la felicidad, quizá porque nunca fue feliz. Lo intentó a su manera. Es imposible vivir en contra de la inercia de los tiempos, de la extensión del mundo que a todos nos contiene. Aquel fue el primer gran fiasco del final del romanticismo. El hombre ya no podía resistir el progreso ni apelar al pasado, ni a lo primitivo, ni siquiera aferrarse a su condición humana. La civilización crecía por doquier. Mi estimado Charles Baudelaire decidió abrazar la negrura, hasta besó las nalgas peludas de Satán tratando de buscar otra religión posible. Estaba roto de dolor. Sollozaba como un niño, culpable, arrepentido de haber dejado a su paso tanta miseria, toda esa desolación.

Le dije que me hablase. Me invitó a subir por las escaleras estrechas y polvorientas que llevaban a su buhardilla. Vivía en la miseria absoluta, rodeado de chachivaches ruinosos, sin apenas comodidades ni lujos. La sala desnuda se iluminó tenuemente cuando abrió las cortinas. Una mesa, un catre austero y dos sillas eran su único mobiliario. Ya no le quedaba ni su afamada vanidad, sólo fiebre, una fiebre enorme que se apoderaba de su alma. Nadie a su lado. Esa soledad monstruosa que tanto temió le había vencido.

-Cuénteme cosas, monsieur Baudelaire. ¿Sabe usted que en el futuro usted será uno de los poetas más grandes de la historia de la literatura?

– ¡Por Dios, no me haga daño! No me cuente historias para niños, no las merezco. Cada vez que pienso en el futuro de mi arte me atenaza este spleen insoportable. No soy nadie, nadie ni nada. Un pozo de dolor y enfermedad. Me estoy volviendo loco, sólo siento deseos de morir, de morir en silencio, de encontrar la paz que jamás hallé.

-Se lo aseguro. Usted será una celebridad. Tendrá imitadores, admiradores, se hablará de sus versos, de sus virtudes como ensayista. Se dirá que es usted el primer crítico literario moderno, que inventará un género, que consumó el último suspiro de los románticos como nadie para revelar el simbolismo, que inventó usted la poesía del futuro y fue capaz de conceder al verso una fuerza expresiva distinta. A usted se le nombra incesantemente, señor Baudelaire. Se ha ganado la inmortalidad.

-No se burle de mí, joven. Mi vida ha sido un fracaso. Perdí todo, y lo peor es que si naciera de nuevo, creo que volvería a perderlo. No estoy hecho para vivir, a pesar de mis arrebatos. No soy capaz de vivir. No sea cruel conmigo.

Desistí de halagarle. De alguna forma no quería importunar su frágil equilibrio, sólo saber quien era este hombre fabuloso y oscuro, este personaje irrepetible, lleno de los miedos y las pasiones de un mundo extinguido, ese dandy que en el fondo inspiró a tantos otros, esa imagen aterrorizada; mezquino, peligroso y poco fiable, que revolucionó la poesía de su tiempo, que ganó al destino la eternidad sin saberlo, con un puñado de ejemplares editados de las Flores del Mal, hoy libro de texto imprescindible en todos los países francófonos, objeto de culto pese a los ciento cincuenta años transcurridos, referencia de poetas y filósofos, de la belleza y la extinción de una raza. Decidí sacar mi libreta y hacerle preguntas antes de que se fuera, antes de que la fiebre le adormeciera o provocara alguno de sus virulentos ataques.

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-Señor Baudelaire, ¿qué le ocurre? ¿se encuentra bien?

-…¡Oh Muerte, vieja capitana, ¡es la hora!, ¡levemos el ancla!. Nos aburre esta tierra, ¡oh Muerte! ¡Aparejemos! Si el cielo y el mar son negros cual la tinta ¡nuestro corazones tú sabes que están llenos de rayos!…

Aquellas exclamaciones eran la última parte de su último poema El viaje. No se le entendía bien, balbuceaba en ocasiones. Un hilillo de baba le colgaba del labio, barbudo el mentón y la barbilla. Los ojos hinchados, como si tuviera una visión lejana y horrible en un lugar alejado de mí y de aquel cuartucho.

-…¡Derrama tu veneno y que él nos reconforte! Hasta tal punto el fuego nuestros cerebros quema, que queremos rodar al fondo del abismo, ¿qué importa Infierno o Cielo? ¡al fondo de lo Desconocido para encontrar lo nuevo!…

-Hermosas palabras. Si supiera usted que muchos las sabrán de memoria, que se deleitarán con El vampiro y El albatros tantos años después.

-Dios, cállese buen hombre. No me hace feliz este dolor y sus lisonjas. Marcharse a lo desconocido me alivia; allí ya no habrá ninguna conspiración. El dolor se hará cristal. No soy nada ni nadie, jugué a lo que no debía ¿Sabes usted que yo escribí que no existe en todo hombre, y a todas horas, dos postulaciones simultáneas: una hacia Dios y otra hacia Satán? ¡La invocación a Dios, o espiritualidad, es un deseo de ascender de grado; la de Satán, o animalidad, es un gozo de rebajarse!. Maldita sea para que sirvió mi entendimiento, mis versos, ese deleite en las palabras. Lo dilapidé ¿me comprende? Lo hice extinguirse entre lo estéril y no dejé nada…

-No es cierto, monsieur Baudelaire, usted no se ha extinguido… se dice de usted que fue alguien atormentado. Que tuvo una obligación moral apremiante y destructiva que se identificaba con su necesidad de ser mandado, castigado o querido. Dicen que su genio surgió de una insoportable tensión, ¿me oye?. Que siempre vivió bajo la mirada autoritaria de su padrastro, y a la vez ante los ojos amorosamente recriminatorios de su madre. A usted le confundieron, y era demasiado sensible e inteligente. Se sintió perdido, eso es lo que cuenta. Le faltó afecto, y eso le impidió apreciar la posibilidad de la racionalidad del deber moral y descubrir por usted mismo qué era la virtud, si es que se puede definir. Usted veía a su madre perderse en la alcoba secreta e inexpugnable de su padrastro con sólo ochos años. El señor Aupikc le observaba con sus ojos terribles y sin decir una sola palabra lo expulsaba del paraíso de los senos maternos. Le robaron a su madre, señor Baudelaire. Eso cuentan de usted…

-Madre… ¡Cuánto sufrimiento inútil le he provocado!. Me hicieron ver que la sujeción a la moral tenía que ver con la vida ordenada, con la higiene y la limpieza, con la realización de un programa de trabajo, con la paz familiar y hogareña, con la supresión de todo excitante del alma, con la oración confiada que se dirige a Dios, pero era demasiado inteligente y orgulloso para aceptar eso sin más, ¿me comprende, verdad?. Yo era Charles Baudelaire, y esas cosas eran insignificancias para el poder de mis palabras. Era un mundo mediocre y enfermo, donde no cupe desde el principio, desde que murió mi padre y Jacques Aupick fornicara con mi madre encerrados en la alcoba, y yo la imaginaba gozar de su verga, perder la identidad entre sus brazos peludos, entre su inmenso cuerpo. Tuve que buscar otra cosa, ¡por Dios!. No entiendo porque me castigaron tanto por ello…

-Le entiendo, le prometo que le entiendo.

-No sé si me comprende. Es difícil explicar ese deleite por la trasgresión, suponer con altanería que fui completamente libre y lúcido en el momento de acariciar la falta, y luego sumirse en las delicias de saborear el castigo físico, para después aguardar el perdón. Los hombres no perdonan. Mi madre sí lo hizo durante algunos años, pero los hombres no lo hacen. Soy un farsante en el fondo. Toda mi rebeldía no es más que un deseo encubierto de caer a los pies del castigo, arrodillarme y sufrir dolor, para luego anhelar el imposible perdón. Le puedo asegurar que, en ocasiones, tengo la sensación de que nada pudo ser de otro modo, aunque fuera tan poco y tan horrible. Eso me alivia, pero dura un instante, luego me atormentan mis fantasmas, esta enfermedad pecaminosa que me corroe por dentro. Tengo delirios y fiebres, ¿sabe?. Aunque la visión más grande que viví fue la que todas las generaciones posteriores que vengan tras mis pasos sentirán con fuerza. Sobre todo cuando la mentira de Dios se disipe, cuando llegue un ser humano que pueda vivir sin Dios, comprenderán que el vacío de la radical insatisfacción de los deseos humanos no se puede llenar con nada, ni con arte, ni con amor, ni con amistad y odio, con nada. Los que intenten negarlo fanáticos sufrirán igual que los que abracen la herejía y la rebeldía eterna como sino. Será igual. En cuanto Dios desaparezca de nosotros, algo por otra parte inevitable, porque no existe, porque no está en este infierno, nada habrá para llenar nuestra desesperada condición

-Creo comprenderle, señor Baudelaire. A veces me sobreviene una ansiedad enorme que hace inútil el placer que acude a mis manos. Entonces pienso en el goce sin más, en gozar, en romper el límite, en olvidarme y perder el sentido. Mi parte racional logra vencer en ocasiones a la tendencia de dejar que la ebriedad sea toda mi existencia, me limita, pero no puedo evitar caer en las tentaciones del cuerpo y del alma, en el deseo sin dirección. El placer cumplido alimenta aún más el deseo, usted lo sabe. Obliga a dar un paso más allá, a buscar nuevos objetivos aunque sean incomprensibles.

-Veo que no es usted como muchos de los que me cruzo por las calles de Bruselas.

-Soy de otro tiempo, monseiur Baudelaire. De un tiempo en el que todo el mundo que haga un pequeño esfuerzo llegaría a comprenderle.

-En los tiempos en los que he vivido esas cosas no estaban tan claras. Piense que existía una moral muy rígida e hipócrita, que las enseñanzas de la Iglesia flotaban como losas sobre la vitalidad. Yo tuve que elegir. Recé a Satán para concitar las iras de quienes seguían a Dios para afirmar su individualidad única e irrepetible frente al ser supremo. Necesitaba escandalizar sus almas pacatas y miserables, aniquilar sus excusas. Ninguno de ellos fue mejor que yo, pero eso lo sé ahora, a punto de irme. Yo fui castigado como los ángeles caídos.

Le oí sollozar. Se llevó las manos sucias a la frente y luego se revolvió los escasos cabellos que cubrían su cabeza. Me miró acto seguido, suplicándome alguna respuesta a lo que terminaba de pronunciar, pero yo no pertenecía a esa batalla interior. La mía era distinta, aunque tuviera puntos en común. A mí no me pesaba el Dios inventado por los hombres, sí la culpa y el remordimiento, pero en relación a asuntos menos sagrados. Buscar lo sagrado era una necesidad espiritual muchos más libre, menos influenciada o rota, aunque pesara lo suyo.

-Yo creí que el diablo afirmaba una diferencia y una singularidad auténtica, que era el patrono de los desterrados y los malditos, el sabedor del lugar donde se encuentran los tesoros ocultos, el conocedor de los enigmas que la ciencia se empeña en descifrar. Yo cultivé su amor por inercia, por odio a lo que significaba mi padrastro, por rencor a esa salvaje cotidianeidad del mundo.

Nos callamos unos minutos. Me pidió tabaco y yo saqué de la cajetilla un cigarrillo. Le sorprendió aquella perfección del papel prensado por máquinas, el color anaranjado del filtro.

-¿Qué cosa demoníaca es esto, señor?.

-Monseiur Baudelaire, esta es una de las químicas con las que nos matamos en el siglo XXI.

-¿El siglo XXI? ¿Quién demonios es usted? ¡Un enviado del abismo o del cielo?… maldita sea. Aún quedan unas hora para que el día se haga por completo…

-Ni una cosa ni la otra, señor. Soy un admirador de su poesía.

-Mi poesía ya no existe muchacho No queda absolutamente nada de ella. Fue como el amor de las mujeres. Mujeres. Arrastran al hombre al abismo de la brutalidad, ahogan su inteligencia y sus ansias de elevación. La tendencia irreprimible a la mujer que es objeto de voluptuosidad constituye una manifestación de la inclinación del hombre a ese mal que le priva de la voluntad, que nubla todo posible esfuerzo…

-Es usted un radical, señor Baudelaire…

-¿Un radical? ¿Acaso no sabe que tengo sífilis, que aquella maldita mujer me condenó a morir sumido entre terribles sufrimientos, y no sólo me refiero a lo físico, sino incluso a la locura?. La ira, los celos, la pasión no correspondida, las lagunas de la miseria y la entrega sensual.

-Eso estaba ya en usted, señor Baudelaire, antes de conocer a Jeanne Duval…

-¿Cómo sabe su nombre? ¿la conoce acaso?

-Ya es famosa, monsieur Baudelaire. Si le digo la verdad, aún reconociendo en usted a un espíritu elevado y a un poeta extraordinario, mi generación le considerará a veces un misógino insoportable. Esa parte de usted ha envejecido, o no la supo exprimir como otras de sus obsesiones. Las mujeres son lo único sagrado que hay en el mundo, las mujeres en el sentido de su relación con la vida, el erotismo y la maternidad. Son la inteligencia serena que guardamos como única esperanza. De hecho, ya compartimos ese deseo que usted menciona de elevación, lo sagrado nos roza a ambos sexos por igual. Necesitamos de la excitación porque ya no creemos en otra cosa, pero ellas poseen la maternidad y el futuro. Hasta la mujer más estúpida que pueda imaginar, será mejor que el hombre más estúpido, sabe más de la naturaleza de la creación. Debería usted comprenderlo. Ya no son sólo belleza para contemplar o cuerpos con los que gozar -nunca fueron sólo eso-, o una voluptuosidad estática. Se liberaron de un yugo pesadísimo, de nuestra fuerza física, y entonces descubrimos que usted y otros mucho peores estaban equivocados. La voluptuosidad, mi querido poeta, está en usted, no en ellas. Lo mismo que ellas, en otra época más gloriosa suya, pudieron sentir esa voluptuosidad que usted deplora en su físico, en su persona, en sus versos o en su inteligencia.

-Es usted un tipo curioso. Pero esas ideas no las concibo.

-Usted mismo escribió lo siguiente señor Baudelaire, acuérdese, ya lo intuía: El ángel femenino es belleza, paz, norte y salvación.

Esbozó una sonrisa alegre, como si hubiera recordado algún buen momento de su existencia.

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-Tiene razón hijo, eso lo escribí hace mucho.

-Me hubiera gustado que pudiera leer a Bataille.

-¿Bataille? ¿no se referirá el banquero? Semejante mequetrefe…

-No, por Dios, monseiur Baudelaire. A Georges Bataille. Él reconoció lo que usted aportó, se lo aseguro, y escribió un hermoso libro llamado El erotismo. Todo lo que usted apenas intuyó en las relaciones con lo femenino, él lo llevo tan lejos como pudo.

-Hummm…. Curioso ese Bataille. ¿Y no le condenaron?

-No. Ya no condenaban a nadie por eso entonces.

-Pudiera ser que la identificación que yo hice del mal con el contacto sexual, y del bien con la idealización de la relación absolutamente casta y espiritual fuera un error, me remitiera sin remedio a mi educación católica, al sentido de la culpa y a la pena que sentí cuando siendo un niño me internaron en aquel lugar infernal. Oscilar entre una cosa y otra quizá no sea una negación, el deleite carnal y el amor puro son compatibles, se rozan, se entrecruzan, lo sé, pero a mi siempre me atormentó ese juego de lo prohibido y lo permitido….

– Usted escribió que la voluptuosidad única y suprema del amor radica en la certidumbre de hacer el mal, y que tanto la mujer como el hombre saben de nacimiento que el mal se encuentra en toda voluptuosidad. Era una gran frase, solo erró una palabra. No era el mal. La voluptuosidad es una búsqueda de lo sagrado, de la continuidad del ser humano discontinuo que desea perpetuarse y creer que en la reproducción su vida podrá seguir su ritmo indefinidamente, y para acercarse a ello deleitoso, hombres y mujeres alumbraron el ritual de la sexualidad, del erotismo. Un gran gesto de la inteligencia humana, tan poco proclive a la brillantez. Casi lo consigue; usted inspiró a Bataille, se lo aseguro. También a Nietzsche, que fue un filósofo alemán extraordinario…

-Nietzsche… ¿Era romántico?

-No señor. Filósofo.

-Siempre pensé que copular era la aspiración de entrar en otra alma, pero en verdad, el artista no sale jamás de sí mismo. Preferí siempre los placeres sensuales a distancia, se lo aseguro, aunque me ruborice contarlo. Ver, palpar, respirar la carne de la mujer. Preferí mirar a hacer: hacer es demasiado cansado y frustrante, exige algo de atleta no de poeta. Esos vicios aliviaban mi voluptuosidad,y realizaba una posesión simbólica, lejana, por así decirlo.

-Quizá por eso toda su vida fue simbólica y no verdadera señor Baudelaire. Debería usted haber amado. Le falto algo de tangencia.

-¡Amar, amar! ¡Se les llena la boca con el amor, maldita sea! Amar es una ficción, una invención humana. Amar es fornicar, es procrear aunque lo llenen de sonoros y cursis adjetivos ¿Qué me dio amar a Jeanne Duval, o a Madame de Sabatier, o Marie Daubrun, siendo la tres tan distintas? ¡Dígamelo usted, muchacho! ¿Qué me queda de tanto amor?

-Le dio magníficos poemas, señor Baudelaire, poemas que son inmortales…

-¿Inmortales?… sigue usted burlándose de mí impunemente, amigo. Yo no tengo ninguna devoción por el amor, prefiero a las prostitutas ¿sabe?. La simpatía por las fulanas es la que expresa en verdad la relación vedada y culpable con el amor. Se rebelan no sólo contra la empalagosa e hipócrita forma del amor institucional burgués sino también contra la natural forma espiritual de ese amor. Destruyen no sólo la organización moral y social del sentimiento, sino también las bases mínimas de ese sentimiento. La puta es fría en medio de las tormentas de la pasión, es y se mantiene espectadora por encima de la lujuria que despierta, se siente solitaria y apática cuando otros están arrebatados y embriagados; es, en suma, el doble femenino del artista. ¿Qué le parece mi definición? Se parecen a mí, que me prostituyo, porque sé cómo ellas vencen sus más sagrados sentimientos y qué baratos venden sus secretos. Rameras como yo, querido amigo, esas son las únicas mujeres que me interesan, aunque no ejerzan por dinero

-Es una lastima monsieur Baudelaire que sea usted tan tozudo.

Chascó la lengua e hizo un gesto de desagrado. Un sabor extraño debió sentir en el paladar, porque abrió la boca y su rictus se contrajo en una mueca mohína. Se puso de pie y avanzó hasta la sucia ventana del cuarto. Frotó con la manga de la chaqueta el vidrio y miró hacia el exterior.

-Siempre he vivido dolor con las mujeres. Debo reconocer que en ello tengo gran parte de culpa, o quizá toda. He vivido en el filo de su dualidad, una dualidad inventada por mí; las vi a todas ellas como agrupadas en dos bandos. La mujer-demonio encendía la sensualidad y el deseo. Verla era desnudarla, gozarla, contemplarla y apurar su esplendor. Esas mujeres me atormentaron porque jamás fui un buen amante. Soy un degustador de lo voluptuoso, pero no sé entregarme en verdad a la concupiscencia y al deseo por completo. Ese ha sido uno de mis innumerables problemas. La mujer-ángel siempre me inspiró la idea de la paz y ese hogar que en alguna otra reencarnación he debido disfrutar para admirarlo tanto. Pero la mujer ángel me inspira un recuerdo espiritual que no me complace; me aburre, querido amigo. No puedo gozar carnalmente, ni siquiera con la mirada, con ese tipo de mujer, me siento sucio, a punto de manchar esa pureza, siempre me supuso una especie de incesto, así es. Es enfermizo gozar de la desnudez de la hermana o de la madre, esa trasgresión no me alcanza, pues eso me sucedió con algunas de las mujeres que me ofrecieron otra vida; no poseían nada demoníaco, nada que encendiera mi alma, y todo quedó en sosiego, y a mí, por desgracia creo, el sosiego se me escurre como el agua sucia que cae de los tejados de Paris los días de lluvia

-¡Qué desgraciado es usted, señor Baudelaire¡ ¿Cómo es posible su lucidez y al mismo tiempo su recorrido hacia el abismo, su infelicidad?

Rió con una carcajada estremecedora, los ojos casi transparentes y el rostro abotargado, enrojecido. Encontré en el modo de agitarse y mirarme con fijeza algo maligno que surgía de las cenizas de su alma. Ardía por dentro, pero su deterioro físico provocaba escalofríos. Sin embargo, algo en su interior hacía brotar ese genio reconocible, esa chispa divina que siempre hallé en sus poemas.

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-Ja, maldito idiota. ¡Juego espantoso donde es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo! Le contaré algo, joven. Cierta vez preguntaron delante de mí en que radicaba el placer mas grande del amor. Uno respondió, naturalmente, en recibir; y el otro; entregarse. Éste decía ¡placer de orgullo! Y aquel: ¡voluptuosidad de humillación! Todos estos asquerosos hablaban como La imitación de Cristo. Por Dios, joven ¿ No sé da cuenta que ese es un terreno de vencedores y vencidos, de verdugos y víctimas, de dominadores y dominados?

Se aproximó, después de guardar unos minutos de silencio, con los ojos cerrados, apoyada la espalda en la pared, a la pila de la cocina. Abarrotada de platos, tanteó entre los desperdicios con los dedos erizados. Sacó dos vasos empañados. Abrió un diminuto armario que había a sus pies. Al agacharse le crujieron los huesos y se tambaleó mareado. Cogió una botella. Sirvió cuatro dedos en cada vaso y me ofreció uno.

-No tengo otra cosa con la que agasajarle. Prácticamente no como. Esto me reconforta. Paraísos artificiales. Pero sólo me reconforta. ¿Así que usted viene del siglo XXI?. Siempre pensé que nos extinguiríamos antes, fíjese.

-Hemos estado a punto de hacerlo varias veces, señor Baudelaire.

-El siglo XXI, maldita sea, qué cosas. No he creído en el progreso, pensé que se destruiría a si mismo de ambición y de avaricia. El progreso es la mentira de los que tienen o pueden alcanzar el poder. Eso pienso.

-Es probable que tenga usted razón, pero menosprecia la capacidad humana para seguir anhelado la avaricia y la ambición. Se recompone para querer más. Sobrevive para seguir intensificando la fiebre.

Esbozó una sonrisa triste y dio un sorbo al licor. Se contrajo su cara unos segundos, lanzó un hálito ruidoso y al mirarme me pareció que sus ojos volvían a brillar.

-Nada más absurdo que el progreso, puesto que el hombre, como lo prueban los hechos cotidianos, es siempre semejante e igual al hombre, es decir, se encuentra, le pese a quien le pese, siempre en estado salvaje. ¿Qué representan los peligros del monte y la pradera, comparados con los choques y conflictos cotidianos de la civilización? Que el hombre abrace a sus víctimas en el bulevar o alancee a su presa en selvas desconocidas, ¿no es siempre el hombre eterno, es decir, el más perfecto animal de presa?.

-Seguramente tiene usted razón.

-No necesito que me lo diga, joven. Sé que es verdad, sé que esa idea es bella y además brillante.

Apuró de un trago la copa y volvió rellenarla enseguida. Dio un par de pasos por el cuartucho, observó los objetos que le rodeaban y luego se sentó en una silla.

-Estoy cansado, ni siquiera puedo mantenerme en pie mucho tiempo. Mi sentido de lo estético, como puede ver, ha perdido su razón de ser, su pulsión. Eso es lo que me duele, no haber sido coherente hasta el final ni con lo que me parecía sagrado. ¿Sabe porque fui un dandy?. Por lo mismo por lo que amé en el fondo a las prostitutas y a Satán, y a la mística y el ocultismo, porque socialmente era un signo apto, externo, de una individualidad que se rebelaba contra la grotesca exaltación de lo burgués, contra el mal gusto apestoso de la aristocracia advenediza, contra todo lo que supusieron las ridículas monarquías, contra el ingenuo hombre de bien regido por esa moral de tenderos que es el utilitarismo. Ja, yo era un dandy, muchacho. Un autentico dandy, o al menos quise serlo con todas sus consecuencias.

-El mundo no ha cambiado mucho en ese aspecto, señor Baudelaire. Es verdad que tenemos sus poemas y los de otros muchos, el arte y la música, y han quedado restos de belleza que seguimos apurando con deleite, pero los tenderos siguen siendo los reyes de la tierra, sabe. Tenderos y reyezuelos y horteras y ostentosos idiotas hinchados de mal gusto. Lo mismo. Pero si me lo permite, a estas alturas ya debería saber que a ese poder, que a esa sociedad que le ninguneó y que usted detestaba, le importa un comino que fuera un bohemio o que se vistiera con pieles de vaca sin curtir. Esa provocación, estoy seguro que ha podido llegar a darse cuenta, no les afecta un ápice. A ellos, sólo les interesa su bolsillo y su influencia, que nadie inquiete su apacible recorrido.

-Me sorprende, muchacho, con sus salidas. No es tan tonto como creí a primera vista. A mí me costó mucho llegar a esas conclusiones, pero aún así, mi devoción por la estética me obliga a no perder la compostura bajo ninguna circunstancia, por eso lamento tanto mi estado y no salgo a la calle más que para lo imprescindible. Dejarme caer es reconocer una derrota de manera física, real, aun cuando es posible que la haya reconocido, lleno de pesadumbre, hace años en mi cabeza. ¡Pero que nadie lo note, Dios!. Ser un hombre útil, me resultó toda mi vida algo bastante odioso y, sin embargo, cuanto remordimiento tragué por lo contrario, por ser un inútil para mis congéneres. La bohemia me permitió ejercer de otra cosa, es verdad que vacía y elitista, seguramente tan inútil y estúpida como la utilidad que odié, pero formaba parte de algo que estaba vivo, no de las palabras de maestros que estaban muertos. Era como un modo de empleo.

-No le llevó a ninguna parte…

Llenó de ira dejó el vaso en la mesa.

-¿Qué importa que no me llevara a ninguna parte? ¿Acaso la vida tiene alguna dirección real, joven, a no ser la muerte?. Crear, saber y matar, eso es lo importante. El resto está hecho para el látigo. Los otros hombres son pecheros y jornaleros, buenos para las caballerizas, es decir, para ejercer lo que se llaman profesiones. El especialista acabará con el saber esencial y con lo sagrado del ser…

-¿Sabe usted que eso lo dijeron hombres muy inteligentes a principios del siglo XX?.

Abrió los ojos exageradamente. Aguardaba que añadiera algo más, pero me callé. Quise hablarle de Husserl y de sus discípulos, pero enseguida me pareció un asunto demasiado largo de contar. Yo deseba saber más cosas del poeta, no interferir en sus reflexiones.

-El drama no es nuestro, amigo, nos lo provocaron. Intenté ejercer de otra cosa, pero me fue imposible. Yo estaba hecho para la belleza. ¿Qué consideración merece el artista en una sociedad regida por la utilidad y entregada al trabajo? El trabajo acabó con la esperanza de los antiguos pintores que adornaban las cuevas en la prehistoria. También con el gozo de lo natural. La negrura de lo voluptuoso tiene que ver con las prohibiciones, supongo que se habrá dado cuenta. El mundo moderno nos expulsa, es un mundo de trabajadores silenciosos que toman sobre sí la tarea de dominar científica y técnicamente la naturaleza, que se justifica en función del trabajo y el ejercicio profesional, y que destierra el ocio improductivo del campo de los signos de distinción social. Ya no somos ni seremos nada, eso es lo que he aprendido con el progreso..

-Sabe que han llegado a afirmar que el individuo debe estar activo para poder superar el sentimiento de duda e impotencia. Es algo así como decir que para evitar querer verlo todo es mejor estar ciego ¿no le parece?

-No me extraña, y seguro que lo dijo algún esclavo de otras cosas, de todas, menos de sí mismo. Pero a decir verdad, aunque le duela, es probable que tuviera razón, muchacho. Puede que el que estuviera equivocado fuera yo visto el resultado. Esclavizarse de uno mismo, cuando la miseria asoma en el alma, le aseguro que no es plato de buen gusto, sino una visión horrenda, terrible. Aquí, en estos tiempos, mueren niños y ancianos trabajando en condiciones execrables en talleres, en fábricas, en las minas del norte. Eso es civilización ¿sabe usted?, y nosotros, los poetas, escoria que hace soñar. Un poema, aquello a lo que dediqué casi toda mi vida, vale muy poco en comparación con un mendrugo de pan para la mayoría. Nunca pude soportar el dolor de los niños, aunque alguien me haya tenido por un hombre endemoniado. Se lo confieso. El sufrimiento de los niños me produce una compasión inmensa que se transforma inmediatamente en odio. Un odio que me surge desde el estómago y recorre mi garganta llenándome la boca de bilis. Me hubiera gustado ser soldado y además dedicarme con toda mi alma a matar. Matar a los que son intocables ¿me comprende?. A los que deciden en nombre de Dios y la Ley que los niños y los poetas mueran.

-Qué curioso que todas las ideas que usted ha ido desgranándome aquí, en este cuarto, fueran después grandes movimientos bien filosóficos o artísticos, bien sociales o humanistas. Ha sido usted alguien muy lúcido, monsieur Baudelaire, se lo aseguro.

-¿Lúcido yo? Por Dios, joven, no siga por ese camino. He visto como mis barbas se me quemaban ya cuando olía y me ahogaba con el humo. Estos son fogonazos esporádicos. Le voy a decir en verdad que se escondía tras mi decisión de pertenecer a esos bohemios que usted menosprecia. He podido ver algo con estos ojos, he podido sentirlo con estas manos deterioradas y envejecidas, olerlo con esta enorme nariz que afea mi rostro, degustarlo con estos labios sin sangre. En adelante, el arte tendrá que venderse, adecuarse a los tiempos y a los que tiene el dinero y los medios. Como no se muestre la utilidad moral de una obra instaurada, no disfrutará de ningún predicamento ni será reconocida por hermosa y magnífica que sea. Los dueños de nuestro futuro son los tenderos por fin. Lo consiguieron, joven. Se acabó, mi querido muchacho, y si en el siglo XXI de donde usted viene todavía hay artistas que pretendan descubrir el secreto de la existencia, pensaré que están locos o son estúpidos o que mienten como bellacos. La única verdad posible es la de los comerciantes, se lo aseguro. Todo lo que se salga de ese contexto, a partir de ahora mismo, de hoy, de este treinta de agosto de 1866, estará condenado al silencio a no ser por un milagro. Por eso me hice dandy. Porque todavía creo, fíjese que vana ilusión, en el arte por el arte, arte que habla de arte y de belleza, de vida, no de utilidad.

-Me pregunto de dónde le viene esa conmovedora inocencia, señor Baudelaire. Cómo desde el infierno de azufre y soledad, de miedo y terror, de remordimiento y dolor, usted mantiene intacta esa creencia en la inocencia. No se lo tome a mal, pero usted es tan terrible como un ángel que aletea encima de una nube y, sin embargo, siempre quiso lo espantoso como rostro. Cuando veo sus fotografías observo como posa. Suelo pensar que se le nota la pose, su intención de parecer diabólico y maligno. Mire, yo tampoco tengo ambiciones, ni propósitos gloriosos, ni fines, si le digo la verdad. No quería hablar de mí mismo, pero me veo obligado a ello. El presente pretende ser eterno a mis ojos, despilfarro lo que tengo y me gasto a mí mismo como el perfume contenido en un abrazo destapado cuya fragancia a nadie ha de deleitar: usted me definió. Pero no lo digo, no muestro esa absoluta indolencia que me domina. Me disipo, y descubro entre los rostros que me cruzo una sensación parecida. No necesito provocar a nadie para respirar en vivo el vacío. Es una pelea inútil.

-Es una opción, mi querido joven, pero yo tuve que inventar mi alma, aunque estuviera hecha de retazos de otros y de jirones de mi espíritu. Allá cada cual con sus premisas…

-Usted escribió esta frase, ¿qué le parece?: la vida no posee más que un encanto verdadero: el encanto del juego. Pero, ¿y si nos resulta indiferente ganar o perder? ¿Sabe usted que hasta el gran Anton Chejov la utilizó como modelo de uno de sus magníficos cuentos, o que los existencialista franceses, en los años cuarenta, se empeñaron en desentrañar su alma y al hacerlo, trataron de establecer una nueva filosofía de las circunstancias del ser?

-No sé de que me habla ¿Chejov? ¿Qué diantre son los existencialistas franceses?. Es usted muy raro. Yo sólo deseaba inspirar el terror que deben provocar los seres superiores y demoníacos, ¿comprende?. No ser nada, no alzar la voz, disimular, me pareció siempre algo propio de individuos débiles y asustadizos.

-Y si le dijera que el mundo engulle a los que quieren mover un ápice las cosas hacia otro lugar, o que, en el fondo, su resistencia, o la mía, o la de cualquier poeta, importa menos que un comino.

-¡No me arranque de cuajo mi vanidad, muchacho. Yo estoy hecho de eso, sólo de eso…

-De eso y de sus maravillosas palabras, señor Baudelaire… no lo olvide. Dio a la poesía una especie de sentido psíquico. Superó a los románticos porque ahondó en sus excentricidades, en sus límites barrocos y artificiales. Usted se dirigió al alma al componer versos, no al corazón. Quiso alcanzar el «yo» profundo en el que se debate la angustia del ser humano, su pasado, su presente, lo descomunal del mundo y su futuro. Intentó conmover no a través de lo sentimental, sino directamente en el centro de esa sensibilidad y extrañeza interior común a los mortales, en esas regiones oscuras del espíritu donde se licua lo vivido y la verdadera condición de nuestro destino. Usted ha sido un mago…

-¿Un mago? Suena demasiado solemne, no creo que pasara de ser un prestidigitador del tres al cuarto. Eso sí. Creo en la poesía, siempre creí en ella, aunque no podría explicar porqué. Esta hecha de conjuros, de redención, de todo lo invisible y lo tangible a un tiempo, de su mutación en espíritu mediante su ritmo. Yo era de los que pensaban que la naturaleza estaba allí, delante de nuestros ojos, para ser maleada por el genio, para ser reducida a precisas palabras, y aunque muchos no se lo crean, al rigor de la métrica y la rima. He escrito y reescrito más de cien veces algunos de mis poemas, porque en la creación que gestaba cada uno de ellos, en esa inicial mezcla de las imágenes, y luego en su estructura y en la elección de las palabras, hasta hallar su música secreta, su ritual descubierto, estaba mi único poder ilimitado. ¡Ah, si me hubieran dejado hacerlo, estaría todavía allí sin preocuparme de otras cosas, seguramente hoy no sería la miseria que soy!.

-Pero tampoco le bastaba. Yo leí en Los paraísos artificiales algo suyo al respecto. Usted escribió: La poesía, como los otros paraísos artificiales, sólo logra sumir al sujeto en un estado de embriaguez, en el que el transcurrir del tiempo resulta más llevadero. Esta es la receta: Hay que estar siempre ebrio. Nada más: ese es todo el asunto. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que os fatiga la espalda y os inclina hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaos…

-Lo leyó usted… son hermosas palabras, joven, debo reconocerlo. Pero dígame ¿sirvieron de algo? ¿se puede construir una sociedad con hombres embriagados? ¿para quién escribía en el fondo?. Se lo diré. Para mí. Para los pocos que yo podía intuir falazmente como semejantes. Nadie me hizo caso, nadie. Fíjese, yo mismo dudo ahora del consejo, aunque fuera mío y tan bellamente escrito. La embriaguez, por Dios ¿Cuántos ejemplares deben quedar de Los paraíso artificiales que no hayan sido maniatados, pisados, escondidos o quemados, ¿cien? ¿veinte? ¿diez?

Bebió el segundo vaso y con torpeza caminó de nuevo hasta la barra de madera de la cocina. Se sirvió otra copa, mientras que yo ni siquiera había probado el licor. El alcohol comenzó a afectarle al sistema motriz, se desplazaba por el cuartucho con cierta lentitud cansina, con titubeos al posar la planta de los pies en las tablas del suelo.

-No tengo público, y aunque usted me diga que más de un siglo después mis versos son estudiados, admirados o aprendidos de memoria en la escuela, no le creo. No me dirigí jamás a las masas, y esa fue una parte esencial de mi fracaso. Yo buscaba a una minoría elevada, superior en espíritu e inteligencia, no al individuo vulgar y corriente, aficionado a las novelitas lacrimógenas, con final edificante y feliz; ni a los que adoraban cualquier espectáculo banal que los entretuviera con mentiras y sandeces. Yo rocé la truculencia, a la vez que pretendí dotarla de belleza, de refinamiento. Lo normal es que las Flores del mal fuera un poemario tachado de pornográfico y diabólico, que se dictara irremediable ese rechazo de la buena sociedad, su posterior prohibición. ¿Cómo soportar sus miserias arrojadas a la cara?. En eso fui valiente, joven, les dije a todos ellos la clase de simios enfermos que eran. Hablé de mis miserias sin tapujos para que encontraran todas las suyas.

-Hubo quienes hallaron su voz, monsieur Baudelaire. No le sonarán los nombres, pero así fue; Rimbaud, Verlaine, Lautreamont, Mallarmé, Pessoa, Oscar Wilde, Remy de Gourmont, Bataille, Cioran, Chejov, Sartre…, usted influyó en cientos de movimientos estéticos y en la literatura de muchos países, por todas partes donde haya inteligencia y sensibilidad, donde se aplauda el riesgo artístico y el eco de lo inmortal, no se olvide… sí que lo consiguió.

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Su sonrisa me produjo una ternura repentina. Había algo plácido en ella, una emoción agradable que surgió de mis palabras y que inundó de luz la sala a sus ojos. El alcohol se disipó en ese gesto conmovido que le llevó a agachar la cabeza, a mirar al suelo y dejar perder la vista en algún recodo de la puerta de entrada. Esos nombres no le decían nada, pero sonaron hermosos en mis labios por la admiración que despertaban en mí, y alimentaron su alma por un instante como si lo hubiera adivinado en su corazón toda la vida, que su empeño resistiría, como si intuyera un pedazo de inmortalidad flotando en el aire, entre el polvo de los escasos muebles.

-Señor Baudelaire ¿se encuentra bien?

-Sí, sí, por Dios, muy bien. Me pregunto sólo si esa idea de la decadencia que he defendido toda mi existencia, en contra del progreso y de la vida, o quizá con la vida, aunque fuera a través de esa vida oscura al borde del abismo, en verdad ha podido despertar todo eso que dice. Me resulta inimaginable, se lo aseguro. Llevo años sólo, o quizá toda mi existencia. Es increíble que usted hable de gentes que me acompañarán en el futuro. No lo entiendo. Cuando me he perdido aterrado en esta ciudad que crece y crece, y destruye a su paso mis huellas más amadas, anula el sentido de la vida que quise defender, y he pensando que yo no pertenecía a ninguna clase social, a ningún colectivo, ni siquiera los distinguía a ellos, a los transeúntes que a cientos me iba cruzando en las plazas y avenidas, llenos de ojos indiferentes a los sentimientos de los otros. Adentrarme en esa multitud siempre me produjo un desasosiego inmenso, porque suponía experimentar en la propia piel la indiferencia de todo cuanto me rodea, la terrible sensación de que pasara lo que pasase nadie haría nada por mi, nadie me reconocería. La soledad en medio de la masa pienso que es aún más acongojante que la soledad del aislamiento físico, o al menos eso intuyo, tampoco lo sé a ciencia cierta. Me perdía por las callejas del viejo Paris, que conocía como la palma de mi mano, alguna noche, buscando tan sólo una mirada que significase un diminuto intercambio posible, humano, y le aseguro que muchas de esas veladas he regresado aquí sin hallar en verdad ninguna. ¿sabe cómo se llama eso, joven?… no se lo diré.

-Supongo que ya lo dijo en sus textos. Las ciudades han crecido mucho en mis tiempos, señor Baudelaire. Paris le provocaría ahora un terror mayúsculo… usted es de la noche, de lo que no se mueve, de la oscuridad y el misterio, de lo sagrado y lo voluptuoso, no puede evitarlo, incluso cuando no se haya atrevido a vivirlo, cuando a veces no ha sido más que un farsante como usted mismo cuenta. El alba, el día, erizan su sensibilidad.

-La luz del sol destruye al vampiro, joven. Estoy ya destruido. Este día aspira al día completo, no a la noche jocosa, no a la noche del ritual y la pasión, de lo oscuro y lo cálido. Perdí.

Se sentó sobre el borde de la cama, mirando el día que nacía. Era el 31 de agosto de 1866. Yo sabía muchas cosas de ese día, pero no las dije. Buscó mis ojos por un instante y alzó su tercera copa casi mediada.

-¿No bebe?

-Hoy no, monsieur Baudelaire. Siempre bebí por alegría, rara vez por tristeza, y además quiero saberlo todo de usted.

-Hay poco que saber, se lo prometo. Debería beber. El vino es amigo de los miserables, de los asesinos, de aquellos cuya vida se ve truncada o frustrada en la posibilidad de realizar altas apetencias. Sin embargo, el vino es también para el pueblo que trabaja y merece beberlo. En el cuerpo del marginado trapero posee la facultad de aumentar desmesuradamente su personalidad y de encender su conciencia emotiva. Transmite esperanza, juventud, vida y orgullo al solitario, y hace más amable el paraíso que atraviesan juntos los amantes ¡A los amantes embriagados, cómo gozan! Ahora bien, esta forma de intoxicación no deja de ser una de mis Flores del mal, tan inútiles en el fondo, tan afectadamente perversas. La búsqueda directa del placer, y eso lo sabrá usted, porque parece conocerme muy bien, es incomparable con el disfrute de los goces superiores del arte, ya que el acceso a la creación pasa ineludiblemente por el sufrimiento. Me gustó el hachís y el opio, algunas hierbas alegres, leyó usted Los paraísos artificiales, pero no fueron más que curiosidades que pusieron a prueba la fortaleza de mi espíritu. Constituyen la encarnación ficticia de Satán, la evasión a través del fingimiento de la vida demoníaca, que atenta contra la dignidad de la lucidez, pero, fui tan feliz intoxicado, vagando entre versos y visiones, gozando de la libertad de lo inconsciente. Debilidades hermosas, joven, hermosas y, con mesura, reveladoras. Y aunque afirmo lo anterior, aunque me haya oído ahora negar esos paraísos de irrealidad, le juro que si volviera a nacer me adentraría salvaje y desnudo una vez más en ellas, esas drogas serían de nuevo mi alimento, porque esta vida no permite demasiados lugares sagrados. Ya le dije que la sexualidad no fue cosa que se me diera bien. Entiendo que haya hombres, y según dice usted en su tiempo mujeres, que sustituyan la locura de la embriaguez por el placer absoluto de la carne, o mezclen ambas para deleitarse en la totalidad de la inconsciencia erótica. Lo entiendo, porque si encima se embriagan ligeramente, y gozan y gozan perdidos, tal vez encuentren ecos de ese tiempo pasado y de su gloria desaparecida que albergaba el sentido de lo humano. Me parece magnífico. Yo viviría cien veces de la misma forma, tan sólo cambiando esas múltiples derrotas vividas por algún triunfo, o saltando algunos detalles que no pude vencer; me hubiera gustado ser un amante excepcional, o un auténtico asesino, un criminal capaz de crear valores al destruir, poesía de ese deicidio, pero también de esconder entre las manos el arma con la que degüello y quito la vida para acariciar una hermosa y tersa piel de mujer. El criminal es el auténtico poeta que cambia el mundo. Sus crímenes se hacen dignos al ser reales, sólo hay que elegir crímenes dignos de llamarse como tales, no minucias y vanos dolores ajenos…

-No siga por ahí, señor Baudelaire, suele perderse. Los criminales, debe reconocerlo, suelen ser pésimos poetas… a mi no tiene que escandalizarme, le conozco demasiado bien.

-Es usted muy agudo, joven. ¿Cómo dice que se llama?

-No tengo nombre. Me llaman el espantapájaros.

-Vaya esperpento de identidad, amigo..

-Y poeta como usted, cuando la poesía ya esta muerta tal y como usted la concibió. Y encima con ese sambenito. Se lo puedo explicar. Yo sólo me quedo quieto mientras las corrientes de viento pasan a mi lado. Cuando veo a alguien que amo o que me parece verdadero, le espanto los malos augurios, soplo con fuerza y me agito terrible para que siga, para espantarle el sufrimiento. El mundo pasa a mi lado sin tocarme, pero yo tengo una utilidad eterna, ¿sabe?. Justo esa cualidad que le falta a usted. Por eso, en la tristeza del espantapájaros, en su aspecto desvalido y ridículo, hay una fuerza inmensa.

-Es una excelente respuesta, joven. Pero mis imágenes son otras. Escuche; el crimen pasional consuma su maldad con el beso necrofílico. Esa es una imagen auténtica. La exaltación de la voluptuosidad adquiere los rasgos de un verdadero culto; yo rezo a la vagina convirtiéndola en algo divino, en un Dios majestuoso mas lleno de Satán. La vagina rezuma y yo la bebo. No puedo poseerla porque no tengo fuerzas, pero el zumo que surge de los labios de ese sexo me provoca una humillación llena de deleite y un éxtasis sagrado. Sólo quiero que me engulla esa vida dulce y húmeda, entrar con la cabeza erguida de donde salí, perderme allí dentro, en lo primigenio, buscar de nuevo el vientre materno, no la otra, la fe vulgar y sobria, la que huele a excrementos anodinos y a humo e incienso, a dióxido y a metal. Ja, ja. ¿Ha oído bien, espantapájaros? ¿Me ha oído bien?.

-Estoy aquí.

-No veo, maldita sea. Mis ojos ya no ven. Se ha hecho la negrura. La lujuria me arrebata y a la vez me acerca a la muerte que anhelo. Siempre lo mismo.

Se puso a llorar desconsolado. Le cayeron las lágrimas, mojaban sus mejillas, sus labios. Baudelaire se recostó sobre el catre, tan delgado y envejecido que me produjo compasión. Estuve tentado de acercarme y poner mis manos sobre sus hombros, pero no pude. Algo me lo impidió. Siguió hablando, entre sollozos.

-Yo deseaba que Dante viniera a verme como acudió Virgilio a él. Que alguna Beatriz hermosa y virtuosa le mandara buscarme, perderme en su rostro blanquísimo, en su piel y en sus brazos acogedores. Mi Beatriz fue una puta/diosa que me escupió en la cara. Que se rió de mi impotencia y mi mezquindad, de lo pequeño de mi alma en el fondo. Elegí, sí, pero el precio que pagué por ello fue excesivo, joven. Debe usted decírselo a los de su tiempo. Sólo soy un hombre, nada más. Y he sufrido y he gozado y me marcho. No pude ser tan virtuosos como Dante. Lo intenté a veces, pero no lo creí, no pude. Nadie me paseó por el infierno, no aprendí nada de mi éxodo, de mi dolor, de mi pena. Seguí sintiendo, pensando,que tras ese exceso hallaría algo válido, pero no fue así. Mis Flores del mal son lo único que queda de estos despojos. Y amanece. La vida esta ausente, no estamos en el mundo.

-Eso lo dijo un poeta muy famoso después de usted, supongo que lo pensó nada más terminar de leer El viaje.

-El viaje… ¿De verdad que esta frase la dijo otro como homenaje a mí?

-Dentro de unos años lo dirá, monsieur Baudelaire.

-El viaje fue mi larga despedida, pero aún no me he ido. La vida esta ausente, no estamos en el mundo… ¿es brillante, no cree?.

Asentí. Yo sabía que en una hora bajaría la escalera miserable que habíamos subido y caminaría con torpeza, dolorido y exhausto por las calles de Bruselas. Se caería al suelo y un amigo lo llevaría a Namur un par de días más tardes. Que se alojaría muy enfermo en esa casa desconocida. Qué sufriría, poco después, un ataque de afasia muy grave. Que su madre viajaría de Paris a Bruselas para estar a su lado, allí, y en la casa de salud de San Juan y Santa Isabel, regentada por religiosos, gritaría sumido en sus delirios noche tras noche. El 2 de julio su madre dispondría todo para ingresarle en la clínica hidroterapéutica del doctor Emilie Dumas. Ya casi no podría moverse ni escribir. Que pasaría un año paralizado y mudo, observando la vida como un triste vegetal. El 31 de agosto, justo un año más tarde de esta aparición, moriría en brazos de Caroline Archimbaut-Dufays, su madre . Quizá fuera el reencuentro con el amor, pero no se lo dije.

Mientras me despedía, sin pronunciar una sola palabra acerca de mis pensamientos, se puso a reír. Ya estaba en el rellano cuando me miró alzando su mano y llamándome espantapájaros repetidas veces: espere, espantapájaros, espere, por favor. Tengo unos versos que regalarle.

-Adelante, le escucho.

-Son los versos en los que me hubiera gustado vivir, se lo aseguro, los que me empujaron a creer en todo lo que me rodeaba, a aguantar los envites de la vida, su enorme e injustificado sufrimiento.

Sonreía, de alguna forma supe cual sería ese poema, y aquella exaltación de la vida que surgió de sus labios borró de una vez la impresión que me produjo su triste destino que acudiría en cuanto yo me alejara para siempre de allí.


«Desde este tiempo, igual que los profetas,

amo tan tiernamente el desierto y el mar;

desde entonces me río en los duelos y lloro en las fiestas,

y encuentro un gusto suave al vino más amargo;

tomo muy a menudo lo hecho por mentiras,

y, con los ojos en el cielo me caigo en los agujeros.

Pero la voz me consuela diciendo: «Conserva tus sueños;

¡los cuerdos no los tiene tan bellos como los locos»



-Es hermoso señor Baudelaire. Muy hermoso.

Pareció erguirse, solemne, con una sonrisa en el rostro, como si sus palabras le hubieran infundido una esperanza reconocible, familiar a mis ojos; alcanzó a mirar hacia al cielo, leí en sus labios el sonoro au revoire que el viento borró de mis oídos, y en ese instante me pareció que su figura crecía de tamaño, que su rostro se despejaba de brumas iluminado por la risa, hasta que la niebla del amanecer se dipuso entre nosotros y fue haciendo desaparecer su silueta, entonces, ya despierto, me marché.

Copyright jimarino2008
Nota bibliográfica: Este texto no podría haberse escrito sin la lectura atenta de Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos, de Charles Baudelaire. Tampoco puedo obviar mi pasión por elartículo «Baudelaire o La dolorosa complejidad moral» escrito por Enrique López Castellón (P.P.P. Ediciones, año 1988), ni por el magnífico ensayo de Jean Paul Sartre, Baudelaire, editado por Alianza bolsillo, o las excelentes reflexiones sobre el poeta de mister Geroges Bataille, extraidas de su libro La literatura y el mal. Le debo muchas horas además al deleite de Las Flores del Mal, espejo y escondite de toda la fuerza poética y humana de Charles Baudelaire, convertidas ya en rezo de mi memoria.
Dedicado a mi queridísima Carmen Ariño: sé que conoce bien la razón…


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BIOGRAFÍA

Charles Pierre Baudelaire, nació el 9 de abril de 1821 y murió el 31 de agosto de 1867. Fue poeta, crítico de arte y literatura, y traductor. Su vida exagerada lo convirtió en icono eterno del poeta maldito. Estudió en el Collège Louis-le-Grand. Su infancia y su adolescencia le marcaron profundamente- La muerte de su padre y el matrimonio posterior de su madre con Jacques Aupick propiciaron su contradictorio código moral. Odiaba a su padrastro tan intensamente que su vida se guió inconsciente por un deseo constante de oponerse a él y a sus premisas. Los enfrentamientos eran continuos. Decididos a poner freno a su carrera literaria, y con la intención de que abandonara sus propósitos, sus padres lo enviaron a la India en 1841. Pero abandonó el barco y regresó a París en 1842, más dispuesto que nunca a dedicarse a la literatura. Con la intención de solucionar sus problemas económicos, empezó a escribir críticas en la prensa nacional. Sus primeras publicaciones importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte, Los salones de Paris (1845-1846), en los que analizaba con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses como Honoré Daumier, Edouard Manet y Eugène Delacroix.

Sus primeros trabajos editados llegaron en 1848, cuando aparecieron sus traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados, e inspirado por el fervor que le unía a su obra, Baudelaire continuó traduciendo sus relatos durante nueve años. En 1842 alcanzó la mayoría de edad y heredó la fortuna de su padre, lo que le permitió irse de casa y disfrutar de una vida de lujo. Las grandes sumas de dinero que gastó en su apartamento del Hôtel Lauzun y su estilo de vida decadente le dieron fama de excéntrico, e inmoral y le hicieron endeudarse para el resto de su vida. La vida bohemia y el dandysmo fueron dando forma a su idea del mundo, y por añadidura a la expresión de su arte. Escribió muchos de sus mejores poemas en ese periodo libertino y audaz. La obra magna del poeta fue Las Flores del mal, que vio la luz en 1957 provocando un escándalo a su alrededor. Libro de extraordinaria poesía, hirió a la sociedad de su tiempo a causa de su descarnado erotismo y sus flirteos con lo maligno. Pese a una tímida respuesta de ciertos círculos literarios, el libro fue prohibido algún tiempo, y sólo se permitió su reedición posterior eliminando varios de los poemas aparecidos en la edición original, censura que no se levantó hasta 1949. Escribió Los paraísos artificiales (1860) para rebelar sus experiencias con las drogas, admirado por la obra del escrito inglés Thomas de Quincey Confesiones de un comedor de opio inglés, otra vuelta de tuerca más en su proceso de hostigamiento contra la moral imperante.

A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis, regresó a París, donde tras una larga agonía murió el 31 de agosto.
Hoy en día Baudelaire se erige como el poeta más importante de la literatura francesa y uno de los más destacados de la literatura de todos los tiempos. Poseía un sentido clásico de la forma, obsesionado por la precisión, sus versos guardan una exactitud deslumbrante en el uso del lenguaje y un gran talento musical. Su originalidad, que causaba tanto asombro como malestar, le hace merecedor de un lugar al margen de las escuelas literarias dominantes en su época, lo elevan por encima de su tiempo, hasta alcanzar nuestro días con una sorprendente vigencia. Su poesía es para algunos la síntesis definitiva del romanticismo, el salto necesario que anunciaba el simbolismo, y con ello la poesía moderna. Baudelaire fue un hombre dividido, atraído con idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico. Sus poemas hablan del eterno conflicto entre lo espiritual y lo sensual, entre el spleen y la alegría de lo sagrado. Diseñó como nadie había hecho hasta entonces el mapa de una vida oscura, la experiencia interior humana convertida en oraciones donde lo insignificante compartía espacio con los grandes temas poéticos. Emocional y profundo, sórdido y obsesivo, ahondó en el alma humana con una originalidad rara vez superada. A pesar de su tendencia exagerada a buscar lo miserable jamás renunció a la belleza y a la verdad, lleno de su afamada ira provocadora. La mayor parte de su obra poética se editará tras su muerte.

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Obra

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18 Comentarios Agrega el tuyo

  1. (* dice:

    Por favor, Jimarino, que venga alguien y me cierre la boca, porque si no me va a llegar al suelo del asombro…
    Sencillamente, es que este diálogo es fantástico… ¡Un sueño! Mi sueño…
    ¿Sabes?, generalmente suelo recordar muy bien mis sueños. Durante una temporada me dio por soñar con los grandes decimonónicos de todos los ámbitos. Qué cosas… Una vez soñé que Delacroix (de quien, por cierto, Baudelaire escribió muy buenas críticas) me enseñaba a pintar al óleo, otra vez soñé con Margaret Cameron, aunque de éste no me acuerdo muy bien. También, en otra ocasión, soñé con Burckhardt, el historiador. Con total nitidez recuerdo como tocó a la puerta de mi habitación, se sentó a los pies de mi cama y yo le pregunté: Pero, señor Burckhardt, ¿qué es la Cultura? Y él me lo explicó tan bien… Lo recuerdo especialmente porque ese sueño fue una premonición. Créeme si te digo que al día siguiente tenía un examen de Historiografía y acabaron por preguntarme por él. Pero también, estimado Jimarino, y en esto reside en parte la razón de mi boquiabierta expresión, además de por la genialidad de tu texto, una vez soñé ¡que mantenía una conversación con Baudeaire! Era junio, también estaba de exámenes, pero yo había empezado a leerme «Las flores del mal» y no podía parar. Una tarde me llamó una amiga:

    – Oye, (*, ¿el tema 7 entra o no entra?

    ¡Y yo qué sabía!

    – Esto…

    – Que no lo sabes, vamos. Bueno, pero ¿qué tal? ¿Por dónde vas?

    – Por «Armonía de la tarde».

    – ¿Qué?

    – Sí, escucha: «El violín se estremece como un corazón que se aflige, / un corazón tierno, que odia la nada vasta y negra. / El cielo es…»

    – Pero espera, espera. (*, ¿qué demonios estás haciendo?

    – Leo. A Baudelaire.

    – ¿Pero estás loca? ¿Eres consciente de que son las seis de la tarde, de que mañana tenemos un examen, no precisamente ligerito en materia, de que…? Por dios, ¿de verdad me estás diciendo que estás tranquilamente leyendo, que no estás estudiando?

    – Oye, que sí. ¿Tan raro es?

    – Mujer… Bueno, bueno, pues nada, te dejo… Acuérdate de que el examen es a las nueve, y de pintura barroca, ¡no de poesía!

    Y me entraron ganas de contestarle con un:

    Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,
    almohada de carne fresca donde no se puede amar,
    pero donde la vida fluye y se agita sin cesar,
    como aire en el cielo y el mar en el mar.

    O con un:

    Rembrandt, triste hospital todo lleno de murmullos,
    y de un crucifijo decorado solamente,
    donde la oración en llanto se desahoga en inmundicias,
    y de un resplandor de invierno atravesado bruscamente.

    Pero me colgó antes de que me diese tiempo a empezar mi recital.

    Esa misma noche soñé con Baudelaire, con su imagen desaliñada, y hablábamos: palabras que se evaporaban conforme eran pronunciadas. Y al leerte hoy… hasta he pensado: ¿fue éste también mi sueño? Y verdaderamente, me he emocionado muchísimo. Me ha llegado al alma, mucho más que al corazón.

    Muchas gracias y enhorabuena, una vez más, por este estupendo trabajazo.

    Y ya perdonarás todo este rollo que te acabo de soltar… Me han invadido los recuerdos.

    Un dulce beso.

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    1. jimarino dice:

      De rollo nada, (*, preciosos tu sueños. Qué suerte la tuya. No es nada difícil escribir sobre Baudelaire, tú lo sabes. De alguna forma la maldición que acompañó su vida quedó resarcida por la magia de sus poemas, como si todo lo que vivió hubiera tenido un sentido. Es curioso como siendo un clásico, sigue tan cerca de nosotros, de nuestro tiempo, de nuestra vida. Le sucede como a Dante, aunque el francés es más asequible que el italiano. Baudelaire conecta una y otra vez con cada una de las generaciones que llegan interesadas por la poesía, la rebeldía o por el misterio de las palabras. Vuelve y revuelve, se acerca a nosotros, nos provoca con sus Flores del mal, nos va adentrando en un universo único y familiar, hasta que quedamos entregados a él.
      Deberían ponernos a dormir en dos camas contiguas en la misma chambre para ver si soñamos lo mismo. Me encantaría que me pasaras tus sueños sobre Baudelaire y Delacroix, y yo te pasaría los míos sobre Proust, Degas y Courbet (los de Courbet son tremendos, te lo prometo)
      Te debo un puñado grande de agradecimientos, porque el rollo lo he largado yo. Cuando estaba montando el post te prometo que dudé, el texto me parecía demasiado largo como para ponerlo en el blog y ser leído a través de una pantalla, pero un cúmulo de casualidades me empujaban a ello. He vuelto a reecontrar últimamente todas las lecturas perdidas del viejo bohemio; llevaba un mes apurando de nuevo Las flores del Mal y Los pequeños poemas en prosa, me habían dejado Mi corazón al desnudo, y estaba redescubriendo por qué Baudelaire fue tan importante para mí cuando tenía dieciocho años. Así que esta apuesta tenía que cumplirla, aunque no diga la razón o sólo revele una parte. Igual la única persona que lo lee completo eres tú, pero ya me siento satisfecho por haber compartida avec toi este instante de intimidad baudeleriana. De alguna forma cuando lo vi encabezando Los perros de la lluvia me sentí liberado de algo, algo que atañía sin duda a este enorme poeta, y a la vez, una sensación de haber cumplido una promesa que hice hace ahora dieciseis años. La vida no deja de provocar sorpresas, recordar los versos que escribes me hace pensar que podía incluir tu sueño después del mío, aunque llenásemos tres blogs con lo onírico-artístico de nuestras revelaciones nocturnas. Tu pequeño relato de un sueño, o del reflejo del mismo, es más moderno que el mío, que ando ya para escribir en otro tiempo, como si este que vivimos no me intersara. Tendremos que afirmar en público esos versos finales de Baudelaire sobre los sueños de los locos, que siempre, siempre, son más hermosos que los de los cuerdos: inevitable. Ha sido todo un placer leer tu hermoso comentario (*. Supongo que esta mañana fría de febrero vas a hacer que me sienta acompañado por un alma afín.
      Un beso tan dulce como el tuyo.
      Te trascribo unos versos que seguro reconocerás, son la introducción poética a las Flores del Mal que Baudelaire reescribió cientos de veces:

      «Lector apacible y bucólico,
      sobrio e ingenuo hombre de bien,
      tira este libro saturnal,
      orgiástico y melancólico.

      Si no has estudiado retórica
      con Satán, el astuto decano,
      ¡tíralo!, no entenderías nada
      o me creerías histérico.

      Mas si, sin dejarse hechizar,
      tus ojos saben hundirse en los abismos,
      léeme para aprender a amarme;

      alma singular, que sufres
      y vas buscando tu paraíso,
      ¡compadéceme!… Si no, ¡te maldigo!»

      Un abrazo muy fuerte

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  2. cano dice:

    Que cuento más lindo tus conversaciones con Baudelaire, ayuda a comprender más a este gran poeta, a veces denostado e incomprendido, pero sin lugar adudas, con una inteligencia crítica y profunda. Me ha encantado la frase » Hablaré de mis miserias para que encuentren las suyas. Un abrazo.

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    1. jimarino dice:

      Cano,
      no sé si es lindo, ni tampoco sí es un cuento. Supongo que de haber escrito un cuento, lo hubiera hecho de otra forma. La mayor parte de las palabras en boca de Baudelaire son suyas, así que por su parte, lo que he hecho es acercarme a su extraña y fascinante personalidad ensamblando piezas de su pensamiento, su sentido estético y poético. Este texto es más un pequeño ensayo imaginativo que un relato, por eso se alargó, para poder abarcar parte de esa trasgresión, de esa angustia y esas ideas que esbozó a lo largo de su corta existencia. Muchas gracias por leer el texto. Tenía razón: basta hablar de las miserias del ser humano para que algunos se alteren y clamen al cielo. Sigue sucediendo, como en los tiempos parisinos de Baudelaire.
      Un abrazo.

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  3. chupito dice:

    Este cuento no sólo es un cuento, es un ejemplo perfecto de tu manera de leer, concienzuda, apasionada y profunda. Se supone que la literatura es un diálogo entre escritor y lector, tú lo llevas un poco más lejos y creas muchos otros diálogos más: entre personaje-escritor y escritor, entre el personaje-escritor y el propio lector, entre el personaje-escritor con su propia obra, y podría seguir y no parar… Fantástico, seguiremos comentándolo pronto…

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    1. jimarino dice:

      Querida Chupito:
      este cuento no es un cuento, quiero decir, no es un relato, es un pequeño e imaginario ensayo, un modesto acercamiento a la personalidad y a la filosofía vital y artística de Monsieur Baudelaire. Me ha encantado tu pequeño juego entre escritor-lector-personaje-testigo, porque esa era la intención. Al fin y al cabo, acercarse a la literatura es una especie de juego de asociación, algo así como una red de internet hecha de palabras e ideas que se entrecrurzan y se asocian en la biografía, en la ficción, en la emoción y en la inteligencia que nos habita el cerebro. Umberto Eco aseguraba que internet no lo inventamos nosotros, que fue Dante al englobar en La divina comedia toda la sabiduría y los mitos griegos y romanos junto con la mística cristiana y sus personajes y mitos. No creo que fuera una boutade. Cada día detesto más los teóricos de la inutilidad del arte… me irritan
      Gracias por acercarte de nuevo a Los perros de la lluvia…

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  4. alfaro dice:

    He necesitado entrar tres veces para leerlo, porque me gustó tanto que no quería perderme ni una coma, y volveré …
    me ha encantado este diálogo, el estilo que le has dado y que le va muymuy bien,
    y lo que le dice el espantapájaros, a ver si recuerdo…
    el mundo pasa a mi lado sin tocarme, espanto los malos augurios, soplo con fuerza para que se vaya la tristeza, para que siga y espantarla al infinito…
    Gracias por dejarnos aquí este «trabajo»…
    Un beso.

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    1. jimarino dice:

      Queridísima Alfaro;
      tengo que darte las gracias, el texto es muy largo, y que lo hayas leído varias veces es un gesto de paciencia que valoro enormemente, y que encima te guste, a ti, ya me eriza los vellos. Baudelaire fue en el fondo el primer poeta que significó algo profundo para mí. Hasta él, hace muchos, muchos años, pensaba que la poesía era una acumulación de bonitas palabras que tenía ritmo y sonaban chachi pirulí. A partir de Las Flores del mal, me di cuenta de que la poesía tenía un extraño poder, que se parecía más a un conjuro, a un aforismo con música, que a un embellecimiento de la realidad. En Baudelaire estaba lo oscuro y lo luminoso, surgía la idea, el temor, el miedo, las emociones humanas se quebrabraban, gozaban de su perversidad, se convertían en lamentos y en gritos, era la rebeldía y la angustia, la alegria desmesurada e intensa, la pena y el sentido de ciertas cosas de la existencia que comenzaba a intuir. Fue también un sello de amor hoy roto en pedazos, pisoteado y olvidado, pero el viejo bohemio quedó, por ahí anda, en mi subconsciente, pululando. Compartirlo y que a alguien responda como me suele él importunar a mi en mis ausencias y desvelos, en mis sueños, es una forma de protegerlo, como si supiera que en su universo se pierden y renacen muchos. Estoy emocionado no sólo de los comentarios que han escrito aquí, sino de los cinco o seis correos que he recibido estos días al margen del blog sobre Baudelaire. Me hace sentirme muy feliz el hecho de que siga vigente y molesto, de que continúe vivo entre nosotros no como un mamotreto antiguo que hay que estudiar, sino como un susurro real que planea por la tierra empeñado en seguir alumbrando nuestras pasiones. Entre todos los alimentamos y nos alimenta. Supongo que deberíamos hacer un brindis por su desgraciada e intensa vida en cuanto podamos.
      Una vez más te agradezco que andes por aquí, compartiendo conmigo estos pequeños soplos que espantan mis malos augurios, que soplan con fuerza para que se evaporen las tristezas, para poder seguir espantando el horror y el aburrimiento hasta el infinito.
      Un besazo muy fuerte…

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  5. Lentitud dice:

    Un placer, amigo, un verdadero placer la lectura de esta entrada. Aunque se tenga que leer en la pantalla no importa, bien merece la pena. No estaría mal incluirlo en un pdf de alguna revista de esas que buscan horizontes perdidos.

    Un abrazo.

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    1. jimarino dice:

      Jesús,
      Me tomo tus palabras como un acicate y un empujón. Muchas gracias por el comentario, sobre todo si viene de un marinero acostumbrado a las aventuras y buscar horizontes perdidos. sabes que, avec plaisir, este texto y los que quieras están a tu disposición, así que tentador lo del PDF.
      Richard Ford está ya disponible, falta la lectura de mi críticas más feroces, que andan agujereándome a lo largo de este jueves y mañana darán su veredicto.
      Un abrazo muy fuerte y otra vez gracias por adentrarte en este pequeño homenaje a Baudelaire
      Hasta pronto.

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  6. chupito dice:

    Sí, sí, pero además del diálogo está el esqueleto del espantapájaros, ése al que a veces me cuesta tanto llegar y del que te he hablado a mediodía:

    «Cuando veo a alguien que amo o que me parece verdadero, le espanto los malos augurios, soplo con fuerza y me agito terrible para que siga, para espantarle el sufrimiento. El mundo pasa a mi lado sin tocarme, pero yo tengo una utilidad eterna, ¿sabe?. Justo esa cualidad que le falta a usted. Por eso, en la tristeza del espantapájaros, en su aspecto desvalido y ridículo, hay una fuerza inmensa.»

    Y tanto que es útil el espantapájaros…
    Siempre es un placer visitarte jimarino.

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  7. carlosmonsivas dice:

    Jimarino

    Leí el domingo por la noche el texto dos veces pero no me atreví a escribir nada. Estaba enmudecido, asombrado, feliz de haber viajado hasta mi adorado Baudelaire como si estuviera escuchándole hablar. El conocimiento que tengo de su obra por razones que no voy a explicar aquí, me ha hecho encontrar, como respondías en algún comentario, muchas de sus ideas exactas, de sus palabras escritas, sean transcripciones de versos o de sus ensayos sobre arte y poesía. Pienso que no se podía hacer algo mejor desde la ficción, y lo digo convencido, para acercar a cualquier lector virgen al mundo literario de Baudelaire.
    No me ha espantado tener que leerlo en la pantalla, al contrario, ha sido redescubrir un espacio distinto de la crítica literaria.
    Enhorabuena de corazón y con la razón. A todo Baudelaire, te aseguro que le acompañará hasta que me muera la belleza de este homenaje.
    Un abrazo muy fuerte

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    1. jimarino dice:

      Carlos;

      cada vez que te acercas a estos lugares me aportas una ilusión y un ánimo tremendos. Te habia contestado por correo, pero no te había agradecido aquí tu comentario. Ya me explicarás con detalle en qué consiste tu fanatismo respecto a Baudelaire, podríamos intercambiar alguna que otra obsesión. Efectivamente he transcrito muchas frases textuales del propio Baudelaire, no tiene desperdicio, y aunque valoro enormemente tu generosidad, a Baudelaire le basta con su propia obra para atrapar a cualquier lector atento de cualquier época, edad o condición.
      Un abrazo para ti.

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  8. Tertulia Porvenir dice:

    Extraordinario.

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    1. jimarino dice:

      Jose,
      muy agradecido por el comentario, y por enlazarme en tu magnífico texto sobre Viaje al fin de la noche, de Celine. Lo extraordinario es la fe con la que compones tu Tertulia porvenir, lleno de las más grandes novelas de la historia de la literatura, sin que hasta la fecha se te haya ocurrido mentar alguna menor o de dudoso gusto, manteniendo una ilusión de «Ciudad literaria» casi perfecta que sirve de referencia en un mundo tan extraño como el nuestro, tan lleno, por supuesto, de malísimas novelas por doquier
      Un abrazo, y ánimo

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  9. Jaco dice:

    Ya te ha visitado medio Camp Nou!!! ahora deberías ser tu el que visitara otros continentes, porque para semejante Bob Esponja como sos, no hay agua que le baste.

    Si es de a tres, es de a tres, pero es tu deber como hombre de letras, salir hacia el lejano Oriente, o te lo estaré diciendo influido por el efecto verde Ho Chi Min?

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  10. Andrés dice:

    Me han alegrado la noche. Gracias por compartir tanto. Un afectuoso abrazo.

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    1. jimarino dice:

      Gracias a ti Andrés. Tu comentario da sentido a lo que tan a menudo no lo tiene. Bienvenido a Los perros de la lluvia

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