Estas tierras estuvieron cubiertas por el mar. Era el lugar de mis sueños infantiles, de aquellos largos paseos en compañía de mi padre, recorriendo la Pedriza en busca de fósiles. Ante mis ojos surgía la magia de las enormes caracolas petrificadas, de las piedras con estrellas de mar grabadas en su superficie, como si fuera aquél, trabajo de alfarero, gustoso entretenimiento de cientos de hombres que decidieron dibujar en la piel de las rocas. Olía a mar, y sin embargo estábamos a más de mil cuatrocientos metros sobre su nivel.
De alguna forma, aquí la historia me resulta comprensible, accesible. Los fantasmas se reúnen al oscurecer y recorren las calles desiertas. Se escucha el fragor de sus voces en cuanto uno aguza el oído. Sierras conquistadas por los árabes, fueron ellos quienes bautizaron a la mayoría de sus poblaciones; Allepuz, Ababuj, El Pobo, Aguilar, Aliaga, Alcalá de la Selva, Jorcas. Los cristianos nombraron otras años después; Miravete, Villarroya, Cantavieja, Castellote, Cedrillas, Monteagudo. Antes se instalaron en la Muela los Íberos, y dejaron primitivos cercados, rutas del agua, cementerios de piedras negras que cubrían el suelo calizo, lápidas vastas, de roca cortada irregularmente, cubriendo el misterio de sus rituales fúnebres en el fondo de la tierra. Aquí siempre hubo una existencia constante, un pugna por la vida.
El mundo empieza y acaba en estas sierras sin remedio. La herencia de la infancia, las historias de mis antepasados, alimentan mi propia identidad y la llenan de ecos y apariciones. Este rincón de Aragón es mi única casa posible.
Fueron lugares de tolerancia islámica, después cortijo violento y salvaje de la santa Inquisición. Por aquí desfilaron soldados franceses, y se enfrentaron las dos Españas en una guerra fraticida. Vivieron aquí suicidas ilustres, existencias misteriosas que flotan en el aire, secretos guardados durante siglos, grutas perdidas, cuevas subterráneas llenas de agua abundante, ríos estrechos, antiguamente caudalosos y hoy secos como charcos al sol. Alguien se pegó un tiro en la boca aguardando la llegada de una enigmática carta de la que nadie supo jamás; quizá fue un viejo profesor enjuto, que gozaba leyendo a los clásicos desde el verdor de una era alta. Subí algún que otro muro escalando hacia la historia, y hallé en los rastros de las ruinas, ese espejo en el que mirarme, un baúl lleno de libros majestuosos, motivo de lucidez y de persecución en otra época. A muchas niñas púberes se les apareció en un tiempo la virgen por doquier, y bautizaron con sus visiones caminos y callejones, parajes y fuentes, embaucadas por aquel temor inmenso a un Dios terrible que no decía ni por asomo aquello de amaos los unos a los otros.
Fusilaron a demasiada gente en toda la extensión de la Sierra, a veces uno oye el eco lejano de las detonaciones, el gruñido dolorido, el grito de terror y los lamentos de las madres y las viudas. Fueron excelsos poetas aquellos magos del dance y su recorrido anual por las chanzas y anécdotas del año en la plaza. Incluso José Antonio Labordeta llegó aquí para cantar hace muchos años y terminó por quedarse incrustado en el paisaje bajo una tormenta fiera que según los religiosos el mismísimos Dios hacía atronar contra el rojo. Pero Labordeta posee el Don de los bardos, y les dijo a todos ellos que se quedaba por allí, que volvería, y su voz atronadora recorre estos muros rezando, en una afrenta digna de Odiseo, que Esta Tierra Es Aragón por los siglos de los siglos.
Cuando piso estas calles siento que mi caótico y absurdo yo, tan dado al desquite y al exceso, al resuello quejicón y a la vana conciencia del genio, se sume en una tradición que se remonta quince siglos. Oigo a mis antepasados llenando el espectro de mi voz, parloteándome en la oreja inquietando mi inmerecida vanidad, robándome las palabras con descaro, augurando para mi originalidad a lo sumo un pedazo de tierra donde sentirme en paz, algo nada baladí, la esencia real de casi todos mis desvelos, quizá el único sentido posible de la vida. Me dicen que siga en pie para ver, sólo para observar. Camino con los ojos muy abiertos, porque en cualquier esquina te sorprende la mirada reprobadora de una tía abuela que nació en el siglo XVI, maldiciendo tu aspecto bobalicón o la escasa enjundia de tus fines, o surge de entre las sombras de la Iglesia un espectro burlón que dice ser antepasado tuyo y se jacta de su dureza frente a la tibia resistencia del hombrecito dubitativo que soy. Sigo los pasos de lo que me fascina, a veces hasta las inmediaciones del cementerio, uno de los lugares más ruidosos del pueblo, con esa caterva vociferante de almas y disfraces de siglos, alineados sin descanso frente a la valla buscando lanzar ripios a las cabezas de los pocos vivos que osan acercarse. Me gusta la reunión de los malditos, de aquellos que por suicidas y ateos, por profanos y cabezotas, fueron enterrados fuera del campo santo a causa de su herejía; una herejía, por cierto, hecha casi siempre tan sólo de discrepancia o autenticidad.
Sierras convertidas en pasto de hombres sin escrúpulos que utilizaron dioses terribles y salvajes para dominar las almas, para acallar las voces, para convertir a los malditos en unas cuantas apariciones insignificantes que pululan sin tumba. Aún así, se dio aquí un ejemplo comunitario, de solidaridad auténtica, y cayó el yugo feudal antes que en otras partes para que esos mugrientos campesinos se labraran un porvenir, y los de ahora, la mayoría, ni siquiera lo saben. Quedan titanes enrojecidos, con pies de paja, somnolientos susurros de gentes ya sin alma, perdidas, como le sucede a cualquier perro abandonado que topa con un ser humano marcado por la absoluta fealdad de su indiferencia, por su falta de estética frente al entorno.
Habría que repoblarlo todo para hallar esa vieja belleza, para entender el cariz de lo que quedó frente a aquel amargo éxodo de los años sesenta, sumido bajo mis propios ojos, que no desean limitarse a ver la bestialidad estúpida de ahora mismo, la mediocridad y el silencio que no es consciente de toda la historia que asoma ante el observador atento. Se mantiene poco del tiempo posterior, cuando los jóvenes que se habían marchado escuchando El Arremójate la tripa que ya viene la calor trajeron aquí a sus hijos urbanitas y celebraron veraneos y verbenas populares, rescatando aquel gusto por la celebración popular, por el encuentro de todos en el espacio de cuántos quisieran llegar aquí. Se arreglaron las casas, que estuvieron cerradas dos décadas, mejoraron los caserones, se oyó bullicio y alegría durante el estío por estas carreteras silenciosas. Pero España cambió; lo hizo abrazada a una opulencia ensordecedora y estúpida, que lejos de animar el espíritu del tiempo, ese eco fantasmal que podía enriquecer con su éxito posterior la mirada, pareció ocultar lo verdadero que aguantaba a duras penas a la intemperie.
Prefiero cerrar mi casa y dejar que el sonido que llega sea el antiguo, o mejor, cerrar los ojos con desprecio ante aquellos que abren sus puertas para dejarte sin oídos con los logros fatuos de la nada, con el murmullo vacío de ensalzar lo que no es verdadero, con la nostalgia hecha añicos de lo que fue, de lo que existió aquí, tan ciegos que no ven más allá de sus narices.
Pero es igual en todas partes; carne de cañón proclamando a los cuatro vientos un triunfo tan improbable como frágil, ojos de populacho endiosado por lo banal, por una promesa de vida en la tierra brillante, oteando catálogos comerciales y tonadillas clonadas de la radio, ufanos de no saber nada. Hace dos décadas, se comprendió por aquí que el paraíso no era un apartamento a la orilla de la playa, sino tal vez un paseo a la sombra de los chopos, junto a la ribera del río, o una merienda en las inmediaciones del Molino en buena y querida compañía, quizá una noche plagada de estrellas atisbada sobre la hierba, desde el silencio. Estas cosas se han olvidado. Resulta como comparar la desesperada elegancia de los versos de Miguel Labordeta con los ladridos de los perros de caza hambrientos.
Aún así, cuando bajo la cuesta de Las Palomas me siento un privilegiado por adentrarme en la extensión de la Sierra, y acuden a mi todas las raíces que dieron sentido a la vida de mis gentes alguna vez. Este lugar no es de ellos, de los que gruñen, de los zafios, de los que se apoderan con sus voces y sus motores de algo que pertenece a los siglos, de los que se jactan de su brutalidad y con media sonrisa insinúan conocer la vida. Esto es mío, de todos, de los que no están, de los que quizá descubran su origen paseando en un futuro lejano por las mismas sendas que pisé alguna vez.
Los duros inviernos bloquean los caminos, el frío es intenso y las camas parecen húmedas al acostarse. Ahora nieva menos, los pastores insisten en que no hay agua, sigo sus pasos y me confiesan que todo ha cambiado, que estas hermosas veredas y valles se mueren, que cada paso que dan, les parece, será el último.
Soñé que compraba el Molino y volvía a recuperar mi historia. Cuando me siento con la espalda apoyada en el tronco de un chopo centenario cierro los ojos y siento el viento que inunda la soledad de los parajes. Deberíamos buscar el camino para llegar otra vez hasta aquí.
Michel Lavigne Nació en Reims, Francia, en 1939. Es fotógrafo.
Todas las fotos fueron realizadas en mayo del 2008 por Michel Lavigne. Su mirada consiguió volver a revivir todas las emociones agazapadas en mi alma; de alguna forma me descubrió que él también pertenece a este lugar.
Gracias por tu comentario y tu pasión por estas tierras, me has recordado muchas cosas del pueblo en que yo nací, sus costumbres, su paisaje y sus gentes. Las fotografías que incluyes, también me han descubierto otras formas de mirar cosas que ya conocía, me han evocado un montón de vivencias, así como la belleza de las imágenes.
LAS ERAS nunca me parecieron tan bonicas como las ha captado el objetivo de la cámara. También me ha recordado su importancia económica en las familias. Añadidos a las eras se encuentran el pajar, la tiñada, la majada y el corral donde se guardaba el ganado y otros animales domesticos, así como herramientas y aperos. En verano la actividad alrededor de la era, era muy intensa, la preparación de la recolección y de la trilla, hacía que todos nos afanáramos en tenerla preparada, luego el acarreo, la trilla, la hacina y la separación del grano y la paja como faenas más importantes nos ocupaban a casi todo el pueblo. Cuando con la parva tendida se ponía a llover, era admirable la solidaridad de todos los vecinos y de la gente que estaba, incluso veraneando, en la recogida de la mies para taparla y que no se estropeara. También eran un mirador y una ventana abierta para ver el movimiento de gran parte de los vecinos, ganados y de las personas que entraban y salían del pueblo. En época de trilla y acarreo almorzábamos y comíamos en la era, allí también aparecían los uveros de Villahermosa a cambiarnos uvas negras por cereales con gran complacencia de los más pequeños, igualmente aparecía algún agricultor de Miravete con ciruelos y peras. Cuando acababa la recolección era un lugar para nuestros juegos y tibarros, ya un poco mayores, un sitio muy bueno para despistar a nuestros padres y evadir su vigilancia..
La Fuente del Gamellón estaba siempre concurrida, como no había agua corriente en las casas había que transportar el agua en cántaros, botijos y bombonas para el consumo humano, limpieza y otros menesteres, era ocasión para acompañar al atardecer a las chicas a por agua; como no recordar a mi amigo (ya fallecido) Manuel y a su novia Araceli que eran la envidia y el ejemplo de enamorados y que aprovechaban el acarreo del agua para escapar de la vigilancia de la tía Casimira, la afluencia de animales al abrevadero era constante, también la de las mujeres al lavadero para hacer la colada, era un lugar obligatorio, por ello y otras cosas más tenía mucha importancia en la vida del municipio; el fotógrafo también ha captado muy bien la piedra de la plaza, la iglesia y sus escaleras milenarias, sitios muy frecuentados y que relaciono entre otras, cosas, con el ocio y la fiesta.
Dices muy bien, cuando te preguntas, que deberíamos buscar la manera de volver hasta allí, lamentablemente se está produciendo lo contrario, lentamente están desapareciendo las personas que viven todo el año y de las que quedan hay más mayores que jóvenes, aunque se empleen a fondo y pongan su mejor esfuerzo, no pueden hacer muchas cosas que se harían con más población.
Recuerdo con mucho agrado a personas humildes y diferentes, y que mi memoria del pueblo no sería lo mismo sin ellos. Como no recordar a los entrañables tío Pablico y su hermana la tía Pascuala con su humildad, su religiosidad y la forma de vivir de acuerdo con sus creencias y manera de pensar, al tío Faustino y a la tía Vicenta con sus pregones y su poca salud, al tío Gaspar y al tío Villamón con sus pañuelicos de baturro atadicos a la cabeza, al tío Pablo Ros con su pie torcido con un plano inclinado parecido a la pendiente de las Peñas Royas que recorrìa cada tarde persiguiendo a los conejos, otras veces enseñándonos en el plaza, aun dentro de la trampa, a la zorra o al tejón que había caído y que nos mostraba con verdadero orgullo y que hacía las delicias de todos nosotros, al tío Diego y al tío Rogelio con sus cánticos gregorianos, al tio Manuel Grao con su gravedad y su periodico Siete Flechas informando de las cosas que pasaban por el mundo, al tío Manuel Barea y a Jesús «Francho» con sus jotas en el trillo. Estas y otras personas, hacen la diferencia enriquecedora y agradable en una comunidad, cada persona que desaparece, se pierde un poco de la historia de Jorcas. Con la escuela de niños y niñas llenas como cuando yo iba, esto sería un paraíso y no lo que nos venden como sitios de relax y veraneo, adosados y apartamentos como colmenas, creando aglomeraciones, que solo benefician a los codiciosos y a las cuentas de resultados de grandes especuladores y pueden producir grandes catastrofes y riesgos, en vez de procurar de mantener la riqueza de los pueblos y su mejora que ayudaría al mejor bienestar de todos los españoles. Sin darnos cuenta nos manipulan y nos hacen movernos a donde más les conviene a unos pocos y perjudica a muchos. Aquí hay naturaleza y tranquilidad y habría muchas más cosas si el pueblo estuviera más poblado.. Gracias por rememorar mis recuerdos.
He de decirte nostalgico que con ese relato me has puesto la crane de gallina porque el tio Villamon que aludes debio ser mi abuelo porque segun mi madre Josefa,a arreglao no le ganaba nadie y el poder leer que alguien identifique a tu abuelo con su pueblo JORCAS es de agradecer, me gustaria que me dijeses quien eres o la foma de conerme en contacto contigo.
carlos domenech villamon
tel: 626009791
Lucia, me emocionó que desde Montevideo alguien conociera ese pequeño rincón del mundo. Gracias a los que han escrito aquí, y a esas historia que han ido dejando. tengo la sensación desde ayer que leí tu comentario, que internet posee algo mágico. Espero que puedas algún día pasear por esas calles. En el fondo te recordarán que el mundo no cambió tanto y algo esencial se mantiene estático, hermoso, pacificador.
Un abrazo.
gracias lucia por recordar este pekeñito pueblo ke algunos yevamos tan dentro de nuestro corazoncito y mas siendo de uruguay gracias y te aseguro ke te recomiendo ke lo visites te gustara yo e estado ultimamente trabajando alli y te aseguro ke es paz mi te lo recomiendo
gracias por recordar un pueblo tan bonito y amado por mi como es jorcas es mi pueblo de cuando iba con mi abuelo es el pueblo ke siempre yevo en el corazon por ke fueron los años mas divertidos y bonitos de mi vida ayi conoci grandes amigos y personas ke por desgracia ara no estoi en contacto con ellos pero ke yevo dentro de mi corazon por ke eres mui buena gente ojala recupere esas amistades gracias otra vez por recordar este gran pueblo ke es pkeño pero mui vello jorcas
Me ha encantado el post y el comentario de nostálgico, está lleno de ese vocabulario tan rico y ahora tan lejano de los pueblos. La «era», «trillar» o la «parva» son palabras olvidadas en las grandes ciudades, así que felicidades a ese nostálgico
por haberlas rescatado junto a sus recuerdos.
Hermoso comentario, nostálgico, vívido y hermoso, en el fondo mucho más preciso y sosegado que el mío, lleno de las palabras de entonces, de la vida de allí. Me han dado ganas de sustituir mis exabruptos por tus amores. Completa -mejora- todo lo que yo escribí, le da el sentido de amor que yo quise darle, le ofrece la cara de los que sí vivieron allí, tiene el rostro de la belleza y la nostalgia, huele a esas primaveras y veranos, a todas las estaciones acontecidas.
Me has dejado sin palabras.
Un abrazo muy fuerte.
para cuando una escapada…???
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Gracias por tu comentario y tu pasión por estas tierras, me has recordado muchas cosas del pueblo en que yo nací, sus costumbres, su paisaje y sus gentes. Las fotografías que incluyes, también me han descubierto otras formas de mirar cosas que ya conocía, me han evocado un montón de vivencias, así como la belleza de las imágenes.
LAS ERAS nunca me parecieron tan bonicas como las ha captado el objetivo de la cámara. También me ha recordado su importancia económica en las familias. Añadidos a las eras se encuentran el pajar, la tiñada, la majada y el corral donde se guardaba el ganado y otros animales domesticos, así como herramientas y aperos. En verano la actividad alrededor de la era, era muy intensa, la preparación de la recolección y de la trilla, hacía que todos nos afanáramos en tenerla preparada, luego el acarreo, la trilla, la hacina y la separación del grano y la paja como faenas más importantes nos ocupaban a casi todo el pueblo. Cuando con la parva tendida se ponía a llover, era admirable la solidaridad de todos los vecinos y de la gente que estaba, incluso veraneando, en la recogida de la mies para taparla y que no se estropeara. También eran un mirador y una ventana abierta para ver el movimiento de gran parte de los vecinos, ganados y de las personas que entraban y salían del pueblo. En época de trilla y acarreo almorzábamos y comíamos en la era, allí también aparecían los uveros de Villahermosa a cambiarnos uvas negras por cereales con gran complacencia de los más pequeños, igualmente aparecía algún agricultor de Miravete con ciruelos y peras. Cuando acababa la recolección era un lugar para nuestros juegos y tibarros, ya un poco mayores, un sitio muy bueno para despistar a nuestros padres y evadir su vigilancia..
La Fuente del Gamellón estaba siempre concurrida, como no había agua corriente en las casas había que transportar el agua en cántaros, botijos y bombonas para el consumo humano, limpieza y otros menesteres, era ocasión para acompañar al atardecer a las chicas a por agua; como no recordar a mi amigo (ya fallecido) Manuel y a su novia Araceli que eran la envidia y el ejemplo de enamorados y que aprovechaban el acarreo del agua para escapar de la vigilancia de la tía Casimira, la afluencia de animales al abrevadero era constante, también la de las mujeres al lavadero para hacer la colada, era un lugar obligatorio, por ello y otras cosas más tenía mucha importancia en la vida del municipio; el fotógrafo también ha captado muy bien la piedra de la plaza, la iglesia y sus escaleras milenarias, sitios muy frecuentados y que relaciono entre otras, cosas, con el ocio y la fiesta.
Dices muy bien, cuando te preguntas, que deberíamos buscar la manera de volver hasta allí, lamentablemente se está produciendo lo contrario, lentamente están desapareciendo las personas que viven todo el año y de las que quedan hay más mayores que jóvenes, aunque se empleen a fondo y pongan su mejor esfuerzo, no pueden hacer muchas cosas que se harían con más población.
Recuerdo con mucho agrado a personas humildes y diferentes, y que mi memoria del pueblo no sería lo mismo sin ellos. Como no recordar a los entrañables tío Pablico y su hermana la tía Pascuala con su humildad, su religiosidad y la forma de vivir de acuerdo con sus creencias y manera de pensar, al tío Faustino y a la tía Vicenta con sus pregones y su poca salud, al tío Gaspar y al tío Villamón con sus pañuelicos de baturro atadicos a la cabeza, al tío Pablo Ros con su pie torcido con un plano inclinado parecido a la pendiente de las Peñas Royas que recorrìa cada tarde persiguiendo a los conejos, otras veces enseñándonos en el plaza, aun dentro de la trampa, a la zorra o al tejón que había caído y que nos mostraba con verdadero orgullo y que hacía las delicias de todos nosotros, al tío Diego y al tío Rogelio con sus cánticos gregorianos, al tio Manuel Grao con su gravedad y su periodico Siete Flechas informando de las cosas que pasaban por el mundo, al tío Manuel Barea y a Jesús «Francho» con sus jotas en el trillo. Estas y otras personas, hacen la diferencia enriquecedora y agradable en una comunidad, cada persona que desaparece, se pierde un poco de la historia de Jorcas. Con la escuela de niños y niñas llenas como cuando yo iba, esto sería un paraíso y no lo que nos venden como sitios de relax y veraneo, adosados y apartamentos como colmenas, creando aglomeraciones, que solo benefician a los codiciosos y a las cuentas de resultados de grandes especuladores y pueden producir grandes catastrofes y riesgos, en vez de procurar de mantener la riqueza de los pueblos y su mejora que ayudaría al mejor bienestar de todos los españoles. Sin darnos cuenta nos manipulan y nos hacen movernos a donde más les conviene a unos pocos y perjudica a muchos. Aquí hay naturaleza y tranquilidad y habría muchas más cosas si el pueblo estuviera más poblado.. Gracias por rememorar mis recuerdos.
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He de decirte nostalgico que con ese relato me has puesto la crane de gallina porque el tio Villamon que aludes debio ser mi abuelo porque segun mi madre Josefa,a arreglao no le ganaba nadie y el poder leer que alguien identifique a tu abuelo con su pueblo JORCAS es de agradecer, me gustaria que me dijeses quien eres o la foma de conerme en contacto contigo.
carlos domenech villamon
tel: 626009791
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gracias por recordar eso mi padre era de jorcas algun dia podre ir y recordar tu historia me llamo LUCIA PIQUer soy de montevideo uruguay
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Lucia, me emocionó que desde Montevideo alguien conociera ese pequeño rincón del mundo. Gracias a los que han escrito aquí, y a esas historia que han ido dejando. tengo la sensación desde ayer que leí tu comentario, que internet posee algo mágico. Espero que puedas algún día pasear por esas calles. En el fondo te recordarán que el mundo no cambió tanto y algo esencial se mantiene estático, hermoso, pacificador.
Un abrazo.
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gracias lucia por recordar este pekeñito pueblo ke algunos yevamos tan dentro de nuestro corazoncito y mas siendo de uruguay gracias y te aseguro ke te recomiendo ke lo visites te gustara yo e estado ultimamente trabajando alli y te aseguro ke es paz mi te lo recomiendo
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gracias por recordar un pueblo tan bonito y amado por mi como es jorcas es mi pueblo de cuando iba con mi abuelo es el pueblo ke siempre yevo en el corazon por ke fueron los años mas divertidos y bonitos de mi vida ayi conoci grandes amigos y personas ke por desgracia ara no estoi en contacto con ellos pero ke yevo dentro de mi corazon por ke eres mui buena gente ojala recupere esas amistades gracias otra vez por recordar este gran pueblo ke es pkeño pero mui vello jorcas
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Me ha encantado el post y el comentario de nostálgico, está lleno de ese vocabulario tan rico y ahora tan lejano de los pueblos. La «era», «trillar» o la «parva» son palabras olvidadas en las grandes ciudades, así que felicidades a ese nostálgico
por haberlas rescatado junto a sus recuerdos.
Besazos a los dos desde Madrid 🙂
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Hermoso comentario, nostálgico, vívido y hermoso, en el fondo mucho más preciso y sosegado que el mío, lleno de las palabras de entonces, de la vida de allí. Me han dado ganas de sustituir mis exabruptos por tus amores. Completa -mejora- todo lo que yo escribí, le da el sentido de amor que yo quise darle, le ofrece la cara de los que sí vivieron allí, tiene el rostro de la belleza y la nostalgia, huele a esas primaveras y veranos, a todas las estaciones acontecidas.
Me has dejado sin palabras.
Un abrazo muy fuerte.
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