william burroughs – richard evans schultes

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Francis Bacon y William Burroughs, Londres, 1989

Solía llamarlo de joven Sir William Burroughs, escritor norteamericano nacido en 1914, en Kansas. Fue hijo de familia pudiente – su abuelo inventó una máquina de calcular y fundó la compañía Burroughs Adding Machine, empresa que todavía existe-. Estudió en los mejores colegios de Estados Unidos. Fue un prometedor y brillante alumno de Harvard pero el destino le deparó una de las vidas más extrañas, intensas y extravagantes del siglo XX, hasta que, llegado a cierta edad digna, decidió parecer un viejo granjero respetable que residía en una cabaña de Lawrence (Kansas), después de haber recorrido medio mundo y escrito un buen puñado de novelas. Como escritor nos legó ese libro mágico y delirante que es El almuerzo desnudo, (The Naked Lunch), donde no sólo experimentaba con los resultados de su eterna adicción a las drogas, sino con el lenguaje y las estructuras de la novela. Su existencia fue a mi juicio más extraordinaria que su obra, aunque todavía se puede rastrear entre su literatura páginas memorables y hallar un ejemplo de honestidad y compromiso artístico. Se convirtió, sin quererlo, en un icono de la contracultura. Su relato Yonqui, publicado sin pretensiones en los años cincuenta, fue un testimonio lúcido y magnífico de la vida de aquellos adictos a la morfina que mendigaban recetas médicas de una parte a otra de Estados Unidos, y probablemente su única novela de corte tradicional. Burrouhgs fue un adicto con clase, consciente y responsable de sus actos, empeñado en experimentar con nuevas formas de consciencia en una época en que la droga no estaba en manos de las mafias; tenía además conocimientos médicos elevados, lo que le permitía diseccionar el contenido de la sustancias tóxicas que ingería y sus consecuencias. Sabía camuflarse, vestía con cierta elegancia anodina, adrede, según decía, para pasar desapercibido, para esconder su desprecio por la vida de los esclavos. Es curiosa la anécdota que encontré en el libro de Wade Davis, El Río, editado por Pre-Textos hace ahora tres años, tanto que al volver a releerlo me ha hecho pensar en Burroughs de otra manera. Wade Davis fue un botánico que recorrió de punta a cabo el Amazonas investigando sobre todo la planta de la cocaína, sus variedades y usos, sus propiedades terapeúticas, discípulo del más ilustre etnobiólogo del siglo pasado, el señor Richard Evans Schultes, ciéntífico norteamericano, cuyos hallazgos y trabajos están al nivel de los grandes biológos y botánicos de la historia. Schultes fue un personaje curioso, extraño y evasivo , aunque brillante casi siempre, un individuo que había escapado de las restricciones de su época impulsado por un espíritu pionero y curioso, para vivir de lleno la maravilla de una tierra exótica -el Amazonas- en un momento crucial de cambio. Conoció a los indios como pocas personas en este mundo, se adentró por lugares hasta entonces infranqueables para el hombre blanco y conoció de primera mano, sobre el terreno, la sabiduría de aquellas civilizaciones ancestrales, descubrió una inmensa variedad de plantas medicinales y alucinógenas hasta entonces desconocidas para Occidente con un sinfín de usos posteriores; fue inspirador de numerosas técnicas de recolección, reconocido mundialmente por sus trabajos, profesor excelso, miembro durante largos años de numerosos comités científicos del gobierno americano.

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William Burrouhs con David Bowie. Richard Evans Schultes en el amazonas

Mientras leía ese libro, un homenaje a Schultes y a su alumno más brillante, Timothy Plotman, me sentí transportado a esa época ya lejana en la que Schultes se adentraban en aquellas tierras salvajes del Amazonas a la búsquedad de plantas medicinales y los usos que las tribus indígenas hacían de ellas. El afán de gente como Shcultes fue sin duda científico, lo que sucedió después, las barbaridades cometidas por multinacionales y gobiernos occidentales, los saqueos y los asesinatos indiscriminados, no tuvo nada que ver con la aventura de aquel hombre. En la última época de su vida, Richard se dedicó con encono a promover leyes que salvaguardaran el Amazonas y las Selvas latinoamericanas, como si en el fondo adivinara que, tras él, llegaron los febriles buscadores de oro y de tesoros, los amos siniestros de este mundo, y sintiera asco y una cierta culpa por haberles abierto el camino. Toda la novela (quizá sería mejor hablar de documento histórico novelado) es un recorrido por las diferentes edades del río mítico y los sucesos acontecidos allí a lo largo de los últimos dos siglos. Davis se basó para escribirlo sobre todo en sus viajes y en las historias que conocia de Richard Schultes, relatos que Timothy le narraba a menudo; cuando se decidió a hacerlo, ya muerto Plotman, reunió unas treinta horas de entrevistas con el profesor Schultes, que guiaron irremediablemente el destino de la obra. En una de aquellas peligrosísimas expediciones, en las que el famoso etnobiólogo atravesó cientos de kilómetros para adentrarse en la selva, encontrando a su paso poblados perdidos, fronterizos, llenos de corrupción, miseria y decadencia, Schultes se topó con un americano enjuto, y en apariencia frágil, que recorría las mismas rutas que él, buscando, por razones obviamente distintas, los caminos del Yagué, una planta mítica del Amazonas, bejuco del alma, la planta alucinógena más célebre , que los indios utilizaban como intoxicante mágico, capaz de de liberar el alma, permitiendo encuentros místicos con antepasados y espíritus animales. Es evidente que William Burroughs albergaba una motivación muy diferente a la de Richard Schultes para experimentar con la Ayahuaca, otro de los sobrenombres del Yagué. Anhelaba alcanzar otros lugares de conciencia, mientras que el segundo recopilaba datos sobre las farmacología indígena, acerca del empleo que hacían los chamanes de las plantas y sus consideraciones míticas o religiosas, seducido por lo que había oído durante mucho tiempo acerca de las propiedades del Yagué. El encuentro entre ambos debió ser apasionante. Lo contó William Burroughs, cambiando el nombre del famoso científico, -cambio el Schultes por un Schindler alemanizado-, en su libro Las cartas del Yagué, una breve correspondencia reunida que esté le envió a Allen Ginsberg. En esas cartas, no sólo le detalló pormenores de sus viajes y le describió la decadencia de aquellos poblados que hallaba en su deambular por las rutas de la selva, sino que le describió al poeta -y probablemente amante- los efectos alucinantes de las plantas que ingería siguiendo los métodos de los chamanes. Durante algún tiempo se unió a la expedición de Schultes para evitar los problemas de robos, fraudes y ataques que había sufrido en su periplo en solitario. Burroughs sabía además de los enormes conocimientos del doctor en materia de etnofarmacia. Resultó que Schultes y Burroughs habían coincidido como alumnos en Harvard, aunque el etnobiológo era algo mayor que el otro. Imagino que en los momentos conscientes, intercambiaron la información que ambos tenían sobre las drogas naturales de los indios. Debieron lamentarse largo tiempo de la visión que tenían del mundo, tan distinta en apariencia, y al mismo tiempo tan cercana en su diagnóstico. Tuvieron que hablar largo y tendido sobre la decadencia que planeaba sobre el Amazonas y sus tribus perdidas, de cómo las tierras eran esquilmadas, enterradas por la violencia y la rapiña de un mundo que no entendían, en el que un tubo de metal que disparaba balas terminaba en un santiamén con sus experimentados guerreros, condenado a aquellos indios que perdían sus rincones paradisíacos a una vida sin alma, alejados de la selva, confundidos por el alcohol y la miseria. Ellos fueron los primeros en atisbar que la destrucción del paraiso parecía inevitable, llevaba latente un siglo, pero los avances de aquella época auguraban un negro destino para El Amazonas y sus gentes. Pensé en aquellas sesiones extensas que compartieron experimentando los efectos de las diferentes sustancias tóxicas con las que se colocaban juntos, las veladas en las que tomaron Yagué: horas después, o incluso días, hablaban de los efectos, de las sensaciones que habían vivido en sus viajes alucinados y de los rastros que dejaba en el cuerpo durante días la planta. Ambos reconocieron enseguida la inteligencia del otro, pero es curioso que tuvieran después existencias tan dispares. Schultes se convirtió en el fundador de la etnobotánica y la etnofarmacología, y durante muchos años fue el mayor experto en plantas alucinógenas de la tierra. Por su formación y sus conocimientos científicos tuvo una vida de éxito social y económico, trabajó durante años como consejero del gobierno norteamericano, se le concedieron premios académicos de renombre, y puestos de honor dignos de las grandes personalidades docentes de su época. Tras retirarse de su cátedra de Harvard en 1985, donde también era director del Museo de Botánica, Schultes, ya profesor emérito, recibió en 1992 el equivalente del Premio Nobel de Botánica, la Medalla de Oro de la Linnean Society de Londres. Fue editor de la Economic Botany Journal (1962-1980), publicó centenares de artículos científicos y escribió 10 libros, incluido Las plantas de los dioses, en colaboración con Albert Hofmann, químico suizo que sintetizó el LSD. Schultes presenció hasta el final de su vida la continua destrucción de selvas en muchas partes de la Amazonia. Sin embargo, su obra contribuyó a que el Gobierno de Colombia decidiera reservar unos 45 millones de acres para la escasa población indígena del país. De esta gran reserva, un sector de dos millones de acres lleva el nombre de Richard Schultes, como reconocimiento por su trabajo en la región. Fue una vida colmada de trabajo y reconocimientos. Por el contrario, ese hombre que Schultes admiró por su curiosidad intelectual y vital, decidió seguir negando su origen y se empeñó a conciencia en convertirse en un outsider, investigado por la CIA en algunos momentos de su vida, homosexual declarado, adicto a la morfina hasta practicamente su vejez, eterno perseguido por la policia y considerado persona non grata a causa de sus libros subversivos; lider temporal de aquella generación beat desaliñada y marginal (gente más joven que él), que lo tomaron como maestro, extraño amante de las armas que mató a su mujer de un disparo en la cabeza mientras trataba de imitar drogado a Guillermo Tell, y solamente al final de su vida mereció los homenajes que debieron llegarle antes, incluida la admiración de toda una generación que comprendió que Burroughs era una especie única de Chamán occidental, un hombre sabio que experimentó con los barreras de su propia mente y con los prejuicios del lenguaje y sus limitaciones tradicionales, un buscador incesante de emociones y estados de consciencia diferentes. Sus ideas siguen siendo cuanto menos curiosas, y en muchos casos muy acertadas, vigentes: según Burroughs, el ser humano estaba alienado por el lenguaje. Consideraba que el lenguaje (y las normas gramaticales y sintácticas que le caracterizan) era un organismo parásito, un virus, que había elegido nuestras mentes como hábitat. El lenguaje (y más aún la razón) aplastaba nuestra naturaleza real y creaba un universo para nosotros en el que existía el tiempo, la muerte y prácticamente todos nuestros males. De ahí que insistiera tanto en su afán de perder la consciencia. Los seres humanos, aseguraba, no saben que están infectados. Según su propia analogía, «la cárcel perfecta es aquella en la que no sabes que estás dentro de una cárcel». Para Burroughs, el lenguaje era una cárcel perfecta porque parecía increíblemente amplia y espaciosa. Sin embargo, el lenguaje sólo permite llegar a donde sus propias combinaciones y secuencias consienten, dejando más allá el territorio real de la mente humana, que es el espacio y no el tiempo. Para Burroughs, la auténtica revolución no era de índole social, sino mental. Deshacerse del virus lenguaje era el primer paso. La guerra contra este virus establece una continuidad en gran parte de su obra, donde los protagonistas (humanos, extraterrestres, seres inorgánicos, demonios) están claramente de un bando o de otro y se enfrentan violentamente, sin reglas de ningún tipo. Todos los esfuerzos literarios de Burrouhgs se encaminaron hacia ese empeño, pretendiendo con su ruptura total frente a la literatura tradicional, liberarse él mismo -y por añadidura, a sus lectores más avispados- de esa tiranía. De semejante afán, que conllevaba irremediablemente al fracaso, logró rescatar aspectos tremendamente interesantes de las formas de manipulación y control que rigen la tierra, y en verdad nos dejó algunos pasajes memorables, en los que consiguió expresar imágenes y mundos de una originalidad y una fuerza únicas. De hecho, no fue hasta su madurez, con la trilogía Ciudades de la Noche Roja, El Lugar de los Caminos Muertos y Tierras del Occidente donde el autor consiguió el equilibrio entre accesibilidad, experimentación y revolución.
Tuvo tiempo de ver, antes de morir, la brillante y personal versión que David Cronenberg hizo de The Naked Lunch en 1991 y actuó en un papel secundario -de sí mismo- en la celebrada y mítica película de Gust Van Saint, Drusgtore Cowboy, con Matt Dillon y Kelly Lynch como protagonistas, en 1989.
Murió el 2 de agosto del año 1997, cuatro años antes que el profesor Schultes.

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William Burroughs y Susan Sontang

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Con Allen Ginsberg

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Con Jack Kerouac

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Con Patti Smith

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Obras de William Burroughs

  • Yonqui (1953), bajo el seudónimo de Bill Lee

  • El almuerzo desnudo (1959), escrita en Tánger, un lugar que apreció singularmente.

  • The Soft Machine (1961)

  • Nova Express (1963)

  • Los chicos salvajes (1971)

  • Exterminador (1973)

  • Ciudades de la noche roja (1981)

  • El lugar de los caminos muertos (1984)

  • Marica (1985)

  • Tierras del Occidente (1987)

Obras de Schultes

-El bejuco del alma. Los médicos tradicionales de la amazonía colombiana, sus plantas y sus rituales

El bejuco del alma. Los médicos tradicionales de la amazonía colombiana, sus plantas y sus rituales (Richard Evans Schultes, Robert F. Raffauf)
-Libro sobre chamanismo y etnobotánica, con 160 imágenes y textos descriptivos que las acompañan. Centrado en las plantas enteogénicas y medicinales empleadas por los pueblos del Amazonas, el estudio parte del material fotográfico recopilado por el padre de la etnobotánica contemporánea a lo largo de los años en los que convivió con las tribus de la amazonía.
-Plantas de los Dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos. Plantas de los Dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos (Albert Hofmann, Richard Evans Schultes)
Uno de los libros históricos sobre plantas enteogénicas. Escrito por el padre de la etnobotánica y por el descubridor de la LSD-25, este libro, con más de 400 imágenes en color y en b/n, es principalmente un repaso al uso de los alucinógenos en diversas culturas alrededor del globo terráqueo.

El libro que cuenta algunos de estos encuentros entre Schulte y Burroughs en el amazonas es El río, de Wade Davis, editado por la editorial Pre-Textos.

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fotograma de The Naked Lunch. David Cronenberg

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Karla Rock Roll dice:

    Interesante, tu escrito me parece tan digerible que provoca seguirle leyendo, gracias por eso…y respecto al contenido, quien diria que no solo hay obscuridad y eventos caoticos a consecuencia de las drogas y ese ambiente de dispalfarro y si puede decir, de «valemadrismo» en la vida de estos personajes, pues a su vez se encontraban a una linea muy delgada del terreno cientifico…y por supuesto filosofico!

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    1. jimarino dice:

      Karla;
      Lo más fascinantes de ambos personajes es quizá su empecinamiento personal por agrandar los límites del conocimientoy de sí mismo. Burrohghs no fue un yonkee que escribía, sino un escritor que comrpendió que maplair horizontes de consciencia ´tal vez fuera posible con las drogas. Su enrome ansia de saber lo llevó a lugares terribles, pero no hay que olvidar que él tenía ampliso concoimietos médicos sobre framacología y droga snaturales, que además´tomaba alucinógenos para alcanzar estados superiores de consciencia, y que encima, sabía lo que se tragaba. Schulzt fue un cientñífico con la msiam ansia de saber, aunque quizá limitado a l aciencia, menos que a la conciencia. Ambos fueron compañeros de estudios en Harvard. Aquelal ocnversación enter ambos tran ingerir el Yagué debió ser increíble.
      Bienvenida Los perros de la lluvia.

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  2. Obviamente, William Borroughts fue lo mejor de la Generación Beat. Sus extravagantes obras (Mezcla de psiconautica, existencialismo, anarquía y sexualidad) son producto de lo que C.G Jung denomino en algún libro «La Sombra» y aunque fue anatematizado por muchos puritanos, en la norte américa profunda post cataclítica
    su lectura hoy nos reconforta, desaliena, y nos susurra al oído como los pájaros Psicopompos que conducen el espíritu a las regiones de la muerte, que aquellos que intentamos explorar la psike de múltiples formas, no estamos solos, a pesar de que las terroríficas y a la vez lucidas regiones del universo del yo, permanezcan opacas a la mayoría de los mortales.
    Por cierto, un articulo soberbiamente escrito, por momentos parecía que estaba leyendo a Villena

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    1. jimarino dice:

      Muchas gracias pro el comentario:
      Burroughs fue un escritor importante, tan innovador en la estructura novelesca como excesivo. Logró impreganr a la novela de otro aire, otorgarle un lenguaje qu eintentase d eneuvo aprehender el mundo como lo habían hecho otros antes con sus argumentos, sus posibilidades y sus límites. Era un tipo fascinante, de una basta cultura y una formación clásica increíble. Lo más fasicnante junto con una buen aparte de su sobras es la libertad co la que cumplió lo que quiso o al menos lo intentó. En un mundo sombrío que tiende a agachar la cabeza y a repetir las mentiras del poder una y otra vez para justificar la mediocridad, la valentía literaria y humana de Sir William parece milagrosa. Se engrandece por momentos, esa es la verdad. Sólo le falta ser más leído y menos admirado. Lo bueno es que vuelve, para minorías, pero cada generación lo relee otra vez. Habrá que celebrarlo.

      Hasta pronto.

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