Es una de las mejores colecciones de cuentos de la literatura española de los últimos veinte años. Publicado en 1991, sigue disponible en Anagrama Compactos. Algunos de los relatos rozan la perfección. Las historias de estos suicidas que deciden morir o vivir por las mismas auténticas razones, que rastrean el sentido de sus vidas mientras desmenuzan las motivaciones de sus pasos, sus obsesiones y rarezas, me han acompañado durante unos cuantos días provocándome hermosos sueños, preciadas sensaciones. El arte de desaparecer, relato incluido en esta colección, la historia de un hombre temeroso a lo largo de toda su vida de tener éxito, de repente atacado por una inquietante punzada de notoriedad, anticipaba Bartleby y compañía, una de las mejores obras de Vila-Matas, escrita en el 2001. Las noches del iris negro nos remite sin remedio a Stevenson y su Club de los suicidas, pero estableciendo una relación con nuestro siglo, con las obsesiones y oscuros recovecos propios del hombre contemporáneo, como si hubiera decidido convertir a Stevenson en una especie de Kafka, sin perder un ápice de sentido del humor. Son relatos para leer uno a uno de un tirón y dejar pasar un tiempo entre ellos. Rosa Schawrzer vuelve a la vida es un texto tan bello, tan preciso en la escritura y en su recorrido por la vida de una ama de casa infeliz que provoca escalofríos. Siempre me ha parecido que Vila-Matas es capaz de estar en todas partes. Les invito a que encuentren su suicidio ejemplar entre las páginas de esta maravillosa y breve obra maestra, pero no se asusten, hallar su suicidio ejemplar, es la mejor forma de aprovechar la vida.
Enrique Vila-Matas es un extraterrestre en la literatura española. Decidió quedarse entre nosotros porque le divertíamos, al tiempo que le conmovían nuestras emociones, pasiones y excesos. Lleva años observando la vida y de vez en cuando, en alguna foto, sonríe satisfecho; pienso que ha entendido algo sobre los seres humanos, pero sigue rumiando el modo de contarlo. Debo reconocer que llegué tarde a la literatura de este ilustre barcelonés, traducido a todas las lenguas que imaginen, amado en Francia e Italia, editado en toda Europa, queridísimo -casi un padre- de una generación de jóvenes autores latinoamericanos que lo veneran. A veces, este extraterrestre queda emocionado por sus hijos. No es raro, a pesar de ser de otro planeta, posee rasgos profundamente humanos. Digo que me enganché tarde a su mundo porque sus novelas no me gustaban demasiado. Cuando empezó esa especie originalísima de libros de medioficción, me di cuenta de que estaba ante un grandísimo escritor. Bartleby me fascinó. Aquella historia de escritores del no, que iniciaba su recorrido homenajeando a Melville y a su excelente relato Bartleby el escribiente, me resultó extraordinaria. Desde entonces no lo he soltado, y he tratado de hallar a este señor sin descanso. Vila-Matas no ha inventado nada, pero es un reinventor extraordinario, de una originalidad indiscutible. Con el Mal de Montano y Paris nunca se acaba, continuó la senda emprendida por Bartleby. A veces, él mismo es el protagonista de sus libros, otras se esconde y se transforma hasta dejarnos confusos, en un mar de pistas en apariencia inconexas, pero siempre embrujados por sus motivaciones. Cuando leí Para acabar con los números redondos, recopilación de sus columnas dedicadas a escritores que publicó en el desaparecido Diario 16, si no recuerdo mal, descubrí que a este hombre le apasionaban las historias de escritores más que a mí. Supongo que el extraterrestre había encontrado en esos señores y señoras una marcada afinidad. Aprovechando la reciente edición de su colección de cuentos Exploradores del abismo, sobresaliente de nuevo, tan suya, tan sincera y humana, llena de ternura y de talento, decidí leer algunos de sus libros de relatos editados desde finales de los ochenta hasta mediados de los noventa. Voy ahora a por Historia abreviada de la literatura portátil. Dicen que el extraterrestre ha tenido recientemente una grave enfermedad, de la que salió impoluto para escribir Exploradores del abismo, aunque con estos asuntos biográficos nunca se sabe, Vila-Matas juega a esconderse, a difuminarse y aparecer cuando menos te lo esperas. Sólo ruego al cielo que viva cien años más a poder ser, asunto posible teniendo en cuenta que es de otro planeta; a veces necesitamos que alguien nos proporcione una ligera luminosidad en medio de la oscuridad, una sonrisa irónica, una mirada distinta hacia las cosas. Estoy convencido de que Enrique Vila-Matas es hijo de Kafka y primo hermano de Julio Cortazar; su tío es Borges, y su patria la lengua española -y eso que es catalán ilustre, casi un embajador de Barcelona-. Durante años se le vio como un bicho raro, pero ahora resulta que éste alienígena sabe más de nosotros mismos de lo que parecía. Esperamos noticias suyas, aunque es posible que si se asoma usted a la ventana y mira con atención quizá esté quieto, embutido en una gabardina, observándole curioso, parapetado detrás de una farola. Es lo bueno de ser un genio y no querer parecerlo.
Enrique Vila-Matas nació en Barcelona en 1948. Es caballero de la Legión de Honor de Francia. Ha obtenido los premios Ciudad de Barcelona y Rómulo Gallegos (2001); el Prix du Meilleur Livre Etranger y el Fernando Aguirre-Libralire (2002); el Premio Herralde, el Nacional de la Crítica, el Prix Medicis-Etranger, el premio del Círculo de Críticos de Chile (2003), el Premio Internazionale Ennio Flaiano (2006), el Premio Fundación Lara 2006, el premio de la Real Academia Española 2006. En septiembre de 2007 gana el premio letterario Elsa Morante en el apartado Scrittori del Mondo, que premia «a un gran autor extranjero». Su obra ha sido traducida hasta el momento a 29 idiomas, ha sido traducida al francés, inglés, alemán, italiano, ruso, portugués, japonés, griego, serbio, sueco, holandés, húngaro, hebreo, turco, noruego, rumano, polaco, coreano, catalán, brasileño,esloveno, checo, búlgaro, finlandés, danés, lituano, eslovaco, chino y croata. Sigue vivo, y no descarto que se tome aún, de vez en cuando, algún whisky bien envejecido.
E. V-M.
Hace unos meses recibí un misterioso correo electrónico. Constaba de una sola frase cuya autoría quedaba revelada por tres iniciales.
“Encuentra tu hermoso suicidio y vive”
E. V-M.
Tardé un buen rato, después de leer y releer aquellas seis palabras y repasar mentalmente quien demonios podía adecuar su nombre a las iniciales, en comprender de donde venía el mensaje. Aquella misma tarde de comienzos de marzo compré en internet un billete de tren y ni corto ni perezoso, con una maleta ligera y un macuto con libros, me dirigí hacia Barcelona. Llegué a eso de las diez de la noche. Cogí un taxi enfrente de la estación y le pedí al conductor que me llevase a la plaza donde se alzaba la estatua de Colón. Como quince años atrás me alojé en una pensión ruinosa en las inmediaciones del Barrio Gótico -un ejercicio de nostalgia incomprensible- después de dar un agradable paseo por las Ramblas. Tarde y falto de sueño, pasadas las once y media, me subí a otro taxi en la Plaza de Catalunya y descendí en el interior de la ciudad, muy cerca del Palau de la Música, en una agradable y amplia avenida. Caminé por hermosas calles que me recordaron sin remedio a Paris, hasta arribar a eso de la medianoche a un edificio antiguo en muy buen estado que distinguí a las primeras de cambio desde las escalinatas de una iglesia del siglo XVIII. Sin saber exactamente por qué, golpeé con los nudillos tres veces la puerta, como si instintivamente hubiera recordado una contraseña, y el portalón se abrió emitiendo un chasquido doloroso de goznes y bisagras mal lubricadas. Me adentré en un patio señorial, oscuro a esas horas avanzadas de la noche. Subí unas estrechas escaleras de piedra hasta llegar al tercer piso, me detuve frente a otra puerta y llamé al timbre. Aguardé unos segundos, a la espera de que alguien me contestase, volví a apretar el botón un par de veces más hasta que concluí que allí no había nadie. Me extrañó la inquietante soledad del inmueble, quiero decir, que no se oía ni un solo ruido, nada que pudiera darme a entender que estaba ocupado; ni pasos, ni platos o voces, ni siquiera una radio encendida. Bajé las escaleras hasta el patio, entonces, junto a una cristalera de la portería, me pareció observar el brillo azulado de un televisor encendido sin voz. Me sorprendió no haberlo visto minutos antes, cuando irrumpí en el zaguán. Al poco rato el espacio pareció iluminarse algo más, como si se hubiese encendido una luz que se transparentaba a través de las gruesas cortinas. Se abrió un ventanuco y apareció, sobresaltándome, el rostro congestionado de una mujer entrada en años. Parecía recién despierta, los ojos hinchados y la mirada perdida, los cabellos revueltos y las mejillas enrojecidas. Seguramente mis golpes y los timbrazos la habían despertado tras quedarse dormida viendo la televisión. La señora bostezó. Se le escapó en ese instante un mechón del flequillo y a pesar de la poca luz que había me pareció que tenía todos los cabellos encanecidos.
-Buenas noches, señora. Perdone que le moleste a estas horas. Soy J. A, marchante de arte y escritor maldito, busco a E. V-M.
Esbozó una mueca de desgana. Creí escuchar que decía otro más con cierto fastidio. Me refiero a que me pareció acostumbrada a esas visitas nocturnas de gentes que se acercaban hasta su portería preguntando por el señor E. V-M.
-No está, señor, lo siento mucho. Se marchó.
-¿Hace mucho?
– No lo sé exactamente. Creo que unos días atrás.
-¿Sabe adonde fue?
La mujer desvió la mirada. Buscó en algún rincón de una repisa un paquete de cigarrillos, sacó uno y lo encendió. Tosió un par de veces. Distinguí un cuello que en su juventud debió ser hermoso, y un mentón dibujado que se oponía con firmeza a la vejez que inspiraban sus canas y ojeras.
-Nunca sé donde va el señor E. V-M. Y si me lo vuelve a preguntar le diré que no me importa. Simplemente se va.
-Ya, le entiendo. Pero verá, es que recibí un mensaje suyo esta mañana y suponía que quería verme.
-Otro más.
-¿Cómo dice?
-Nada. Nada.
Verla fumar me animó a imitarla. Prendí la punta del pitillo y miré a mi alrededor. Se oía el goteo de un grifo y el maullido lejano de un gato en celo.
-Mire, igual ha dejado alguna nota para mí. Soy J.A, ya se lo dije. Mire a ver si ha dejado algo para mi.
-Le digo ya de antemano que el señor E. V-M. no suele dejar nada a nombre de nadie. A veces me cuela en el buzón algún mensaje, pero nunca tienen ni dirección, ni nombre, a veces ni siquiera su firma. Sé que es él, porque no puede ser otro, pero nada más. Mire, no sé si fue antes de ayer, bajó muy temprano de su piso vestido de explorador, me saludó con su habitual educación, me dijo que tenía algo importante que hacer y aún no ha vuelto.
-¿Está usted segura de que no le dijo nada?
La mujer chascó la lengua disgustada por mi insistencia. Dio dos caladas profundas y trató de recuperar la paciencia.
-Ya le he dicho que no. Se marchó. Eso es todo.
-¿Iba sólo o acompañado?
-¿Es usted policía?
-No, por Dios, señora… ¿sabe si algún vecino podría indicarme algo más?
-El único habitante de todo el edifico es el señor E. V-M.. Vive con una princesa. Elige cuidadosamente el piso donde residir. Cuando es invierno suele ocupar el primero o el segundo, depende como se encuentre de ánimo. En cuanto llega la primavera se decide por el tercero generalmente, y en verano se muda al cuarto o al quinto, parece mentira que usted no lo sepa, no debe conocerle demasiado.
-No lo sabía, señora.
Mi rostro debió mostrar una mueca de decepción notoria. De alguna manera logré conmover a la portera, que me miraba ahora altanera y condescendiente desde su garita, expulsando humo sin cesar.
-Mire, el señor E. V-M es un hombre muy agradable, pero debo confesarle que algo extraño. Lo he visto disfrazado de explorador, con quepis y pantalones cortos, como si fuera al desierto, o vestido de aristócrata barcelonés. Incluso de detective o de guardia de tráfico. Suele observarlo todo con los ojos muy abiertos. Ya no bebe a causa de su salud, porque cuando era más joven menudas juergas se montaba por aquí. A menudo lleva librotes en las manos. Se puede pasar días enteros sin salir de casa y épocas de encierro en las que no le veo el pelo durante una semana. No puedo revelarle mucho más porque no sería discreto por mi parte, pero creo que no va a encontrarlo. Está y no está, ya lo sabe usted. ¿Supongo que habrá leído alguno de sus libros?
Mi sonrisa afirmativa, acompañada de un ligero movimiento de cabeza, iluminó su mirada. De repente, consideré que haber leído sus libros nos adscribía a una especie de club, miembros de una asociación secreta que nos hacía compartir extrañezas e intereses. Ella pareció cambiar de actitud y comenzó a revelarse ante mis ojos más joven conforme pasaban los minutos.
-Entonces… ¿conoce su obra?… bien, bien, podía haberlo dicho antes.
-Si, es cierto señora, podía habérselo dicho antes.
Los dos nos sonreíamos con cierta complicidad, satisfechos de esa intimidad recién surgida.
-Mire, desde hace algún tiempo está más extraño aún si cabe, pero debe ser cosa de la edad. Es posible que haya dejado algo para usted, porque ayer encontré esta nota en mi buzón. No creo que vaya dirigida a mí, sus palabras no me inspiran nada, así que, como usted es el primero que viene en varios días, seguramente adivinó su visita.
-Por favor, señora. Déjeme ver esa nota…
-¿Y si no fuera para usted? ¿no pecaría, acaso, de violar la intimidad de otra persona, o peor aún, la ley de protección de datos, recientemente aprobada por el parlamento?
-Señora, pienso que si la nota no tiene destinatario específico, nada puede usted violar.
Se quedó pensativa unos segundos. Apagó el cigarrillo en algún cenicero que debía hallarse en la repisa y me miró.
-Es verdad. Sin destinatario no hay posibilidad de violar ningún dato.
-Exacto. Esa nota es de quien la lea. Lo único que conocemos es su autor.
-Efectivamente. El señor E. V-M.
Cogió otro cigarrillo, pareció dudar ante la posibilidad de llevar a cabo algo que se le ocurrió de repente, pero, finalmente, decidió tan sólo disponer la boquilla entre sus labios y darle a la rueda del mechero.
-Aunque pensándolo bien, esta nota podría ser perfectamente para esos dos amigos que vienen a visitarle a menudo.
Mostró rictus desconfiado y gesto convencido ante la brillantez de su nueva idea. El humo borró por un instantes sus facciones. La vi poner el dedo índice sobre el labio inferior, sacó la lengua con disimulo y su mirada se perdió en algún lugar del patio.
-¿Qué amigos?
-Igual es para ellos y he metido la pata al decirle que el señor E. V-M había dejado una nota, maldita sea.
-Oiga, atiéndame. ¿De qué amigos habla?
-Dos caballeros, tan educados los dos. No sé como explicárselo. Dos señores de la cabeza a los pies. El señor Kafka, así creo que se llama, es uno de ellos, y si tuviera ganas le buscaría su elegante tarjetita de presentación, la que me entregó una noche parecida a esta, tarde. El señor Kafka entró sin hacer ruido en el edificio, conocía la contraseña, ascendió como usted las escaleras, se detuvo en el tercer piso –era primavera- y apretó el timbre. El señor E. V-M. no estaba, así que bajó las escaleras y se decidió a golpear la cristalera. Estoy seguro de que dudó en hacerlo, es un hombre tan educado. Me dio una tarjeta muy apañada, se lo aseguro. Pero no sé dónde la tengo. El otro se llama Don Julio, o al menos es como el señor E. V-M. se dirige a él. No recuerdo ahora el apellido… pero creo que podría ser Gortázar o Mortazar…
-¿No será Cortázar?
-¡Eso es, si señor J.A!, Cortázar, Don Julio Cortázar… ¿acaso lo conoce?
-No, personalmente no… desde luego me hubiera gustado…
En un gesto inconsciente tiré la colilla en el suelo y la pisé. Luego me arrepentí de haberlo hecho. El rostro de la portera me pareció contrariado, y estuve a punto de ofrecerle una disculpa por mi actitud. Sin embargo, pensé en otro asunto, desconozco el por qué de semejante lapsus. Había algo en los comentarios de aquella señora que me irritaba, como si ese aire de marisabilla me ofendiera. Creí que lo mejor era recuperar algo del terreno que me había arrebatado con sus misterios.
-Señora, esos dos caballeros que usted menciona, están muertos desde hace mucho tiempo. Los dos fueron escritores…
-¿Me está usted llamando mentirosa?… esos dos educadísimos señores, no como otros que se dejan caer por aquí con su malhumor y sus raros comportamientos, pasan por esta modesta portería bastante a menudo, y le aseguro que ni una sola vez dejan de saludarme y preguntarme por mis achaques. Puedo afirmar sin atisbo de duda que están bien vivitos, incluso suben y bajan de piso en piso cuando no encuentran a E. V-M.. Es más, no debería decírselo, pero voy a hacerlo, al fin y al cabo, una portera vive de la información que posee, de fijarse en las cosas, de observar con atención. El señor Kafka, para que lo sepa, pasa largas temporadas en el inmueble, para que vea, y el señor E- V-M. se lleva francamente bien con él. Suele elegir siempre uno de los pisos libres y se queda entre nosotros una semana, a veces hasta dos…
Su boca se torció, como si aquella descripción de los hábitos del señor Kafka, ignorante y ruidosa, fuera la puntilla de su argumentación. Por un instante sentí que no le caía simpático. Fumó varias caladas nerviosas, sin mirarme una sola vez a los ojos. De hecho tuve la sensación de que se había cansado de hablar conmigo. No quise discutir más el asunto de los dos ilustres escritores fallecidos, me pareció algo inútil.
-Señora, no podría dejarme leer esa nota por si acaso E. V-M. la escribió para mí. Por el contexto, es posible que lleguemos a dirimirlo, incluso tal vez logremos saber, si no soy yo el destinatario, si es para el señor Kafka o para el señor Cortázar. Mire, soy una tumba, se lo garantizo. Hay secretos que no he revelado en treinta años, se lo juro…
-¡Qué difícil es ejercer de portera y recibir a toda esta gente perdida!.- Dijo de repente, elevando la cabeza hacia el cielo, como si hubiera alguien encaramado en el techo. Por un momento sentí un escalofrío en medio de la oscuridad del patio, frente a los pálidos rayos de luz que provenían del interior de la portería. Esa frase no la dijo para mí, era como si en ese momento se creyera observada, como si hablara ante un improbable auditorio.-Siempre lo mismo, siempre. Gente que no sabe de la misa la mitad y que trata de engatusarme, y encima tienen la osadía de pretender explicarme en qué consiste mi trabajo-.
-Señora, por favor, ni por asomo he querido…
-Calle, calle, se lo ruego, que a todos les pasa lo mismo, que sin saber los intríngulis de esta durísima profesión se empeñan en darme lecciones. Calle, por favor, no me diga lo que tengo que sentir. Luego dicen que una se va de la lengua, o que se pasa de concienzuda. ¡Profesionalidad!. Eso es. Mire usted, señor J.A, le voy a decir cuatro cosas con sentido, porque una tiene su dignidad. Yo seré lo que sea, pero a limpia, a servicial, a discreta y a profesional no me gana nadie, se lo aseguro, nadie. Soy la mejor portera de toda Barcelona, y por eso el señor E- V-M, en dura pugna, me eligió entre un nutrido grupo de candidatas, porque, se habrá dado cuenta de que tengo estudios, supongo, y hablo francés, si señor, y usted sabe que el señor E. V-M. no es un cualquiera, y tiene buen juicio…
-No dudo, señora, de su competencia, válgame Dios, sólo le estoy pidiendo que me deje leer esa nota. Mire, si quiere le enseño el correo electrónico que me mandó E. V-M y así se convence. Sólo le digo que he hecho un largo viaje y me gustaría pensar que sí ha dejado algo para mi he podido verlo.
Mi modesta actitud debió inspirarle algo más de confianza. Chascó la lengua y se giró. Aprecié la elegancia de aquel cuello una vez más, y a pesar de las arrugas que pugnaban por apoderarse de su tersura me resultó hermoso.
-Puede que tenga razón, aún así, nunca estaremos seguros al cien por cien. Sabe usted que los mensajes del señor E. V-M no siempre son conveniente.
-¿Qué es lo que quiere decir?
-Lo que ha oído. Ya le dije que es un hombre extraño, y esto, Dios me libre, no es hablar mal de quien me paga, no crea que soy una desagradecida. Sólo quiero avisarle. No sería usted el primero que viene pensando hallar el maná y se va trasquilado, peor aún, desolado… D E S O L A D O, tal y como lo oye, al borde del, ejem, ejem, no quiero hablar más…
-¿Qué esta insinuando, señora?
-Nada más lejos de mi intención que insinuar nada, pero como se ha puesto tan pesado, tendré que darle la dichosa notita… ahora bien, que conste que se lo advertí…
-¿Advertirme de qué?
-Pues de que va a ser, de las consecuencias… ya lo dice el refrán, el que avisa no es traidor.
-Bien. Le agradezco sus advertencias, señora, pero le agradecería con toda mi alma que me dejase ver la nota.
Se agachó ligeramente. Por el ruido pensé que había abierto un cajón y hurgaba con sus dedos huesudos en el interior. Al poco dejó sobre la repisa una cuartilla doblada en varios pedazos. Tardé unos segundos en reaccionar. Me producía un enorme respeto que la nota del señor E. V-M. fuera en verdad para mí. Aunque pueda sonar ufano, no tenía ningún miedo de las advertencias de la portera, ni siquiera pensé en ello al coger entre mis dedos el papel, sólo advertí una expectación embriagadora. Desdoblé con cuidado la nota y leí lo siguiente:
“Debería usted escribir y escribir, hasta en el infierno, sin importarle la repercusión, el fin de la literatura o la desesperación de la vida en la tierra. Ese sería un destino coherente para usted, y por tanto verdadero. Puedo decirle que incluso sería hermoso. Todo afán auténtico conlleva que el sujeto halle un suicidio ejemplar de paso, por otra parte, un suicidio sin lugar a dudas conveniente, y eso, se lo aseguro, produce una felicidad indescriptible”
P.D: Por cierto, no siga buscando al señor E. V-M., pues está en todas partes.
E. V-M.
Entonces comprendí por qué razón estaba allí, el origen la inmensa insatisfacción que me acudía a menudo, esa extrañeza insoportable que me había impedido dar un paso adelante y situarme en el lugar que mi alma exigía. También supe donde se hallaba E. V-M. Seguramente contemplaba divertido la alegría que me dominaba, aquella sensación de felicidad y renovada confianza con la que me movía por todo el patio, llamando a gritos a la portera. Levanté la mano arqueando la espalda como un torero, di un pase de muleta imaginario con la otra, giré el cuerpo ciento ochenta grados con los pies pegados al suelo, y con un va por usted, maestro, salí a la calle para encontrarme con las calles de Barcelona. Desde entonces conozco mi destino y sé que el señor E. V-M, en efecto, está en todas partes.
Copyright Ariño2008
Obra
Narrativa
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Mujer en el espejo contemplando el paisaje (Tusquets, 1973).
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La asesina ilustrada (Tusquets,1977. Lumen, 2005).
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Al sur de los párpados (Fundamentos, 1980)
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Nunca voy al cine (Laertes, 1982)
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Impostura (Anagrama, 1984).
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Historia abreviada de la literatura portátil (Anagrama, 1985).
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Una casa para siempre (Anagrama, 1988).
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Suicidios ejemplares (Anagrama, 1991).
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Hijos sin hijos (Anagrama, 1993).
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Recuerdos inventados (Anagrama, 1994).
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Lejos de Veracruz (Anagrama, 1995).
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Extraña forma de vida (Anagrama, 1997).
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El viaje vertical (Anagrama, 2000).
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Bartleby y compañía (Anagrama, 2001).
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El mal de Montano (Anagrama, 2002).
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París no se acaba nunca (Anagrama, 2003).
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Doctor Pasavento (Anagrama, 2005)
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Exploradores del abismo (Anagrama, 2007)
Ensayo
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El viajero más lento (Anagrama, 1992).
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El traje de los domingos (Huerga&Fierro, 1995).
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Para acabar con los números redondos (Pre-textos, 1997).
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Desde la ciudad nerviosa (Alfaguara, 2000; aumentada 2004).
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Extrañas notas de laboratorio (El otro, el mismo, 2003; aumentada 2007)
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Aunque no entendamos nada (J.C.Sáez editor, 2003).
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El viento ligero en Parma (Sexto Piso, 2004; edición española en 2008).
El cuento es buenísimo, me encantaaaaaa…
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me alegro mucho que te guste, my sister. ¿será por lo de la gravedad?. Un besote…
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Siempre he pensado algo así; el cuento es fascinante, maravilloso. Mucha suerte
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Mi querido Jim: Precioso tu cuento Vilamatiano y excelente exposicion de su obra y pensamiento. Si yo fuera el señor Vilamatas me ofreceria para prologarte cualquier libro que editaras, y si fuera la portera de tu cuento, a partir de ahora diria, que al señor E.V-M, le visitaban con alguna frecuencia unos señores que decian llamarse Kafka, Cortazar y jimarino.
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