pierre michon-mitologías de invierno

Hace cuatro años ahora, como un mapa de lecturas y memoria, cambiantes las circunstancias y los proyectos que tenía entonces, mi suegra, al anochecer después de la ebriedad del vino, me habló, en el cálido oscurecer de la primavera al raso en la terraza de mi casa, a la espera de la iluminación nocturna, de un escritor francés como ella, francesa y escritora, que al parecer se había apoderado de su alma despacio, como un ritual en el que la literatura alcanzaba un horizonte mágico, recuperaba su antigua función de conjuro, de convocación, y enamorada, quizá también festejando nuestra alegría sanguínea, me dijo que Pierre Michon era el escritor más extraordinario que poblaba la tierra.

Suelo hacer caso a los mayores, sobre todo si responden al gusto de mi querida Chantal, capaz de perder dos días de sueño por una lectura ganada al tiempo, con un gusto sin prejuicios, ecléctico y brillante. Nos hemos aceptado libros sin cesar, aunque reconozca abiertamente, más que nada ante ella con reverencia incluida, su superioridad.

Fuera como fuese, el caso es que, renacidos de dignidad y fantasmas después de la uva fermentada y el comer frugal, charlamos de ciertas debilidades. A pesar de su avanzada edad, que le ha descubierto algunas libertades agazapadas durante años, resistía sin aspavientos el envite de la noche,  y tras dos caladas de tetrahidrocannabinol siguió mentando a Pierre Michon, al que ella conocía de dos o tres encuentros en el Colége de France y de alguna librería visitada por causalidad al mismo tiempo que el autor de Cuerpos del rey, esas casualidades esquivas y asombrosas (uno gira el cuello, alza la cabeza  y tropieza con Michon; eso fue lo que le pasó), y su retahíla de halagos y virtudes despertaron una curiosidad aguda, un ardor guerrero similar al que me enajena cuando algún autor solemne y hermoso se ciñe a mi cánon para amenazarlo con su ascenso.

Su palabra siempre fue motivo de aprendizaje. Acepté el reto entre risas sonoras; las suyas tan graves y las mías tan escandalosas. Seguramente algún vecino con el ceño arrugado pensaría en dos depravados y lascivos veraneantes que en un francés exquisito, el de mi suegra, y chapucero, de acento horripilante, el mío, parecían caer abonados a un inminente amor sensual y a la ebriedad de la intemperie, sin entender que Chantal me descubría una nueva religión, otra de esas hogueras que anunció Cormac MCarthy, que hizo arder Bolaño en los desiertos de Sonora, y que Pierre Michón, como un triángulo sagrado, representaba en las cercanías de nuestra ajada Europa.

Un francés, como sesenta años atrás Camus y Bataille, cuarenta más o menos Perec, como cien años atrás Rimbaud y enseguida Proust, y un poco más remoto Flaubert, volvía a hacerme recuperar la creencia en el rezo de la palabra, en su componente mágico y hierático, en una religión hecha de manchas, blanco y negro, papel en blanco a llenar por la extensión de la frase, por el ritual de la sintaxis y el sentido. Literatura de piedra, inagotable, representativa del acto humano, de lo imperecedero de ciertas construcciones.

Tras aquel éxtasis, concluido de madrugada, mareado, con la cabeza perdida de lugares hermosos y palabras deliciosas, llegaron poco después las Vidas minúsculas, y algo más tarde Cuerpos del Rey, Rimbaud el hijo, Señores y Sirvientes, hasta hoy, que Alfabia nos ofrece a un precio quizá excesivo, única pega,  Mitologías de Invierno y El emperador de Occidente.

Pasados estos pocos años, derrotando las preeminencias antiguas, borrado el paraíso de mis rutas, la esperanza de otra cosa que no concluyó, tengo que darle la razón con creces a mi suegra, fanáticos ya ambos de Michon, y siento la tentación, con total seguridad al afirmarlo, de hallarme ante un evento rico en potestades, ante una literatura que nace de lo imposible, de la fuerza única de la palabra, del esplendor de una cultura a su alrededor en decadencia, cuyos lugares de referencia quedan envenenados o desaparecidos del mapa por la fugacidad de lo efímero triunfante, y que Michon, como muy pocos, mantiene y detenta por encima del declive, envolviéndome con un deslumbramiento y una atracción primigenia que me recordó a las primeras lecturas fascinadas de cuando niño.

Todo consiste, como él mismo escribió en un texto, como Chantal parafraseó en aquella deliciosa noche ebria, en rescatar la mitología del tiempo, sea la historia antigua, el origen del cristianismo, la herencia de la poesía o el esplendor de la pintura, o tal vez el pasado reciente, quizá lo que debe resistir o lo que consideramos necesario que resista, convertir la grandeza, el suceso real, en una bella metáfora; mitología invernal en los símbolos michonianos, en un libro, paradigma de lo calmo entre el caos, de lo profundo, lo escrito para aguantar el paso del tiempo, para dejar rastros perdurables, al menos mientras sea inteligible la narración, mientras haya seres humanos que aviven esa llama, mientras el lector busque una misa laica y no un pasatiempo, una sabiduría de lo metafórico y no un río vacío de enunciación aunque sea erudita o correcta: que no sea estéril el cultivo de los siglos.

A Michon, sin tener nada que ver en el fondo, al menos en lo que se refiere al estilo o a las premisas y vituallas literarias, ni siquiera en sus temas u olfatos propios del oficio, lo sitúo junto a otros dos escritores vivos como lugar irrenunciable de paso a estas alturas. El cielo invernal no merma mi entusiasmo, y aunque uno de esos tres vivos se nos haya muerto -a Bolaño le pudo el hígado, pero sigo pensando en él como un vivo al ser tan reciente su adiós y tan cercano su don-, encuentro a Michon al lado  de Villa-Matas, otro personaje de la cuerda floja, del límite violado por la conjura, otro convocador de magias,  y a pesar de reconocer la superioridad sintáctica de Michon respecto a sus compinches, lo que lo hace a la vez más inaccesible que los otros dos al público neófito –tal vez una apuesta consciente de sus afines para atraer más lectores, para acceder a otras tribunas menos exigentes y elitistas-,  me siento unido  a esta trinidad contemporánea por sus vestidos comunes, por su deseo de llevar más lejos la larga tradición milenaria de la literatura: los celebro juntos, sumidos en ese ectoplasma del arrebato verbal, en ese lugar en el que sufren los analfabetos funcionales, en el que los lectores de raza aspiran al don de lo duradero, leen un efluvio del misterio, una obertura de piezas memorables, un refugio seguro que une el milagro de la página escrita, la belleza de  la narración y el eco incesante los años malgastados escribiendo y leyendo.

Michon nació en La Creuse, en Cards, en esa Francia deprimida y desconocida, moribunda, que como nuestras sierras turolenses o sorianas vivió el exilio, la emigración incesante, el vacío paulatino y la dolorosa extinción.  De ese lugar, como un protagonista inmóvil, terrible y cruel padre vigilante que envuelve a los personajes trazados por el autor, nació Vidas minúsculas. Un viaje alucinante hacia el origen, también una razón de la propia escritura, con varias lecturas acumuladas, ensamblada la herencia familiar como un artefacto semipoético que no decae, con una narración de espasmos e iluminaciones que no redunda a pesar de la tentación de la capacidad, nunca exhibicionista ni barroca, sólo natural como el soplo de sus pulmones, con la que Michon, cuarenta años después de venir al mundo, se descubría ante su lengua, ante el francés, y encontraba la senda de su destino hasta hoy en día. Escritor tardío, quizá por mitos y exagerados ademanes propios de la admiración, por ese encuentro entre el autor samurái y el abismo de la prosa revivida, había dejado pasar el tiempo anterior buscando hallar en una larga oración que no le pertenecía un salmo posible que dejarnos.

En su incesante rastreo, similar a una odisea planteada desde el negro, llegó el alcoholismo reconocido, la dependencia de tranquilizantes, de las anfetaminas, la soledad absoluta de los campos sumidos en el  invierno, la depresión prolongada, de regocijarse en la derrota y en la miseria olvidada e insignificante de sus antepasados, en la sordidez de los amores sin brillo, de la sexualidad descarnada como último refugio de lo sagrado a su alcance, como rincón de la impotencia; gozar y poseer para alcanzar alguna forma de trascendencia, una continuidad a lo Bataille.

El camino de Michon fue tan duro como el reflejo patético del narrador de  esas Vidas minúsculas. Siempre se consideró un archivero más que un inventor, eso demuestra lo cerca que estuvo en verdad del personaje, aunque no sea importante para la obra, tal vez sí para entender su origen. Estaba ya en el gozo de una literatura hecha de sangre, de bilis y humores, de vísceras y soledad apabullante. El viaje no puede decepcionar a los más exigentes, es un delicioso recorrido por la derrota convertida en mito a través de la palabras. Cada frase una novela en sí misma, de ahí quizá la brevedad de cuanto ha escrito Michon, como si hubiera deseado condensar al máximo, medir con exactitud cuanto nombraba.

Mientras me adentraba en semejante libro, sin escuchar por ninguna parte mención alguna a su grandeza, aunque en Francia hacía ya cierto tiempo que se le consideraba el maestro reconocido y discreto, sin algarabías ni fama notoria, el solitario adalid  de la crítica seria, candidato en el próximo combate de la alta literatura contra las miserias de lo masivo, púgil de los académicos, de los escritores con olfato que lo habían adoptado, me di cuenta que Vidas minúsculas no contaba solamente la historia decrépita y sombría de un puñado de campesinos alcohólicos, primitivos y decadentes, tampoco el abandono miserable y forzoso de una tierra, ni siquiera la aventura de una familia a lo largo de cuarenta o cincuenta años, sino el proceso por el cual, iluminado por una varita mágica, un escritor recorría sus infiernos desde la voz anhelada y nunca hallada, hasta el entusiasmo frenético, orgiástico, de hallar las palabras de la literatura propias, una corriente freática que le otorgaba el poder de convocar, de alimentar el futuro, de construir desde dentro y expresar, con una sinceridad apabullante, el sentido de su existencia.

Me acordé de los escritores samurais de Bolaño, de la secta de las máquinas solteras de Villa-Matas, de la fête final de Proust en El tiempo recobrado. Mientras por aquí triunfaban ya los pastelitos franceses de digestión fácil, como las ensaladas de los centros comerciales, sin aceite de oliva ni vinagre, sin cebolla ni ajo para evitar que repita, pasatiempos que vendían miles de libros y nos dejaban una desoladora sensación de que la literatura francesa no servía para nada, Michon descerrajaba de un plumazo la atonía general, y superaba con creces intentos de otras literaturas cuya solemnidad y valor me parecía nimio, a pesar del cacareo, en comparación a su espléndida revolución.

La pregunta de Michon siempre fue la misma. ¿Por qué escribimos? ¿Qué razón nos impulsa a desear llenar la hoja en blanco con la ficción de la literatura, con la síntaxis y el ritmo de la prosa? ¿Qué nos empuja a batallar con la palabra y su sentido, a ahondar en nosotros para hallar el eco de un sentimiento convertido en verbo, en enunciación, en pregunta?

El elefante blanco de Michon, como el de Faulkner u Onetti, es sinceramente a mi juicio el único sendero posible de la literatura en nuestro mundo, aunque suponga la extinción de la misma, el silencio eterno de todos, que se conviertan en Bartlebys convencidos aferrados al preferiría no hacerlo.  Michon ya sabía en 1984, cuando escribió sus Vidas minúsculas, que la batalla estaba perdida, pero lo sabía con la nobleza de esos pocos aristócratas que intuyeron un buen día la llegada de la Revolución francesa y la guillotina. Michon decidió apostar por la mitología invernal a la que pertenecía, esa soledad del macizo, de su región despoblada, por la permanencia, aunque fuera improbable o minúscula, de una literatura resistente, que al ser releída no pudiera ser arrastrada por el lenguaje periodístico, por la corrección de los tiempos, por la vanidad del mundo extasiado por sus más simples y anodinos puntos de fuga. Delleuze o Foucault no sabrían situar a  Michon y a sus fanáticos lectores en algunos de sus brillantes esquemas. Producto de la tradición cultural burguesa,  heredero de la novela, Michon hace años que alcanzó otro lugar, distinto, inclasificable, de una rara erudición, de una sabiduría extraña, tan antigua como novedosa, con más valor si cabe teniendo en cuenta que el producto cultural no deja de ser desde hace varias décadas una imitación continua, una repetición constante de lo mismo, un reduccionismo incesante.

El pasado mes de noviembre en Paris, Michon, ganador del premio de la Academia francesa con su libro Les Onze en el 2009,  presentaba su obra. Observarle desde la platea de público abundante, disimulado entre sus feligreses, fue una experiencia mítica, y ya estoy algo mayor para santificar y mitificar. Lo fue por sus años, por su dignidad tímida, por ese físico rotundo y terrible, por esa voz carrasposa, ronca como un trueno, que se esforzaba en hacernos inteligible a los asistentes sus místicas y extinciones. Quizá entonamos ya algún canto de extinción sin darnos cuenta. Impresionante para mí el encuentro, como uno de esos vientos extraños con los que él compara el hecho de escribir; un viento entre la hojarasca, apenas un puñado de tierra removido que misteriosamente alberga una ligera ráfaga de lo humano.

Michon está junto al octagenario Henry Bauchau y su excelente Edipo sur la route o el Niño Azul en un lugar privilegiado y distante de la francophonie, y seguramente, en cuanto vuelva a ver a mi suegra, a esa cuentista maravillosa creadora de memorables nouevelles sutiles como una brisa de verano, me descubra algún otro compinche.

Oír la voz de Michon fue hacer tangible de alguna forma las proyecciones de un lector entregado a su obra.

A punto de leer Mitologías de Invierno, eché el otro día una ojeada al espléndido prólogo de Ricardo Menéndez Salmón, escritor que si sigue sus gustos literarios debo leer inmediatamente, después de adentrarme en los últimos rituales michonianos traducidos al español. Descubrir que entre los fanáticos los hay bastante más agudos, más finos y precisos que yo, y con ventaja, me llena de beatitud. Lo bueno es que coincidí con él en tratar al viejo Michon no como un escritor normal y moliente,  sino como una especie de sacerdote de la literatura, un místico del lenguaje, un torrente de palabras desnudas, liberadas de cualquier manipulación o uso fraudulento, hechas de carne y espíritu, de una música personal e irrepetible, destinada a contarnos las grandezas de un mundo en extinción que pretende ser salvado por la convocatoria de la narración.

Al ver a Michon, comprendí que su carne y hueso era tan etérea como su literatura, que no me hallaba ante un personaje o un muerto ilustre, sino frente a una encarnación de la grandeur que podía tocar, observar, oír. Aunque parecía tranquilo con su discurso, elocuente y divertido, me atormentaba esa imagen antigua que me había hecho de él, su bebida suelta, su decadencia anímica. Me pareció que en lo apacible de su exposición iba de un momento a otro a desempolvar su espada, a alzarla por encima de su cabeza y a posarla en el suelo sobre la afilada punta, decidido a practicar un rezo extravagante para iniciar la batalla. Me acordé entonces de su biografía esbozada parcialmente en sus libros, deformada tal vez,  de sus dependencias alucinógenas, de su alcoholismo evidente. Lo vi en esos ojos rodeados de arrugas, en su brillante testa rasurada, en su delgadez en apariencia frágil que amenazaba una fortaleza terrible, una dureza rocosa como aquellas lápidas memorables que nos dejó escritas en Vidas minúsculas, como esa Creuse insostenible, virulenta e inasible, de la Francia profunda. Lo mejor es que Michon está vivo, me dije, que aún le quedan un puñado de libros que dejarnos, que resistió a su propio malditismo y celebró la existencia cogido de la mano con Verdier, ese fantástico editor recientemente fallecido. Deberíamos adoptar a Michon: tuve esa sensación en el cuerpo, como si su viejo editor, del que mi suegra hablaba maravillas, al que consideraba uno de los últimos románticos de la literatura, capaz de rastrear por tierra y mar el arte verdadero, o al menos intentarlo, lo hubiese dejado huérfano.

Sólo espero que la creciente leyenda que surge a su alrededor lo salve de la tentación de marcharse. El diario Elpaís nombró este año por fin entre los mejores libros de ficción una obra de Michon: Mitologías de Invierno/El emperador de occidente. Compararlo con el ganador del pasado ejercicio a juicio de los críticos me produce rubor, deja al inglés a la altura del betún, sobrevalorado y desenmascarada esa obra mediocre, aclamada quizá a causa del furor preponderante de lo sajón en la cultura. Michon me reconcilia con la literatura gala, y además por la puerta grande. Hogueras más hogueras que nos alumbren cuando la oscuridad sea descomunal.

Mi pequeño grano de arena es este prólogo de un relato largo que escribí a mi regreso de Paris en noviembre. Extiendo el rumor verdadero de un autor inmenso capaz de reinventar la lengua y sus mitos, sean históricos o fantasmagóricas representaciones literarias y humanas. Da la sensación cuando es leído de ser duro y rocoso como una piedra, hecho para perdurar en su exactitud. Sólo con Cuerpos del rey fascinaría a cualquier lector situado en el mapa adecuado de la historia de las letras. Sólo con Vidas minúsculas podría derrotar el escepticismo, recordar el sentido de desvelamiento e iluminación que siempre albergó en su seno esta vieja y anegada tradición artística. Sus campos son claros, sus afirmaciones giran en torno a lo fundamental; la tradición cultural que nos alberga, la poesía como elemento del lenguaje capaz de renombrar las cosas desde su origen, la novela como artefacto poderoso de enunciación -nombrar y a su vez reinventar-, la pintura y la música como artes de la esencia, del color, el trazo, la figura, el silencio y la emoción. Es como si no pudiera escribir de otra cosa que no fuera la esencia de su propia identidad y su lengua, identidad y lengua que abarcan los siglos y los hombres que lo preceden, la metáfora de la Historia y sus leyendas, la enfermedad de la literatura que posee y alimenta el diálogo de los tiempos, su propia vida hecha de ancestros anónimos rescatados por el intento de la escritura, el lamento de esta Europa  cultural venida del Imperio Romano y el cristianismo que llega exhausta hasta nuestro siglo, la rara expresión de lo humano retenido como una voluta de humo en un vaso, única posibilidad de aferrar por un instante fragmentos de todas esas vidas perdidas.

Cuando todo se acabe beberemos un borgoña, pinot noir espeso para el alma, o un sauternes afrutado y dulzón; celebraremos a su lado uno de esos destinos inesperados e inexplicables que nos hacen seguir leyendo, a veces seguir escribiendo. Michon mira desde las alturas.

Escribió como introducción a Mitologías de Invierno el párrafo que transcribo. Les prometo que no es un prólogo ni una presentación solemne. Toda su literatura parece marcada a fuego de igual forma. Son palabras en una tabla de mármol, inscripciones en un muro milenario.

Poco importa que Gévaudan e Irlanda sean los escenarios donde se representan estos dramas breves. Lo que importa es que con el mundo se hagan países y lenguas; con el caos, sentido; con las praderas, campos de batalla; con nuestros actos, leyendas y esa forma sofisticada de leyenda que es la historia; con los nombres comunes, nombre propio. Que las cosas del verano, el amor, la fe y el ardor se hielen para terminar en el invierno impecable de los libros. Y que sin embargo en este hielo un poco de vida permanezca congelada, fresca, garante de nuestra existencia y nuestra libertad. Ese poco de verdad mortal que arde en el corazón frío del escrito, la belleza parca del uno y el esplendor impasible del otro, esto es lo que me esforcé por decir aquí.

 

Pierre Michon.Mitologías de Invierno. De la traducción Nicolas Valencia, Ediciones Alfabia.

Copyright Jimarino

Pierre Michon nacio en Card, La Creuse, en marzo de 1945. Sigue vivo. Llegado tarde a la literatura, después de un renacimiento sonoro, Vidas minúsculas es su primera novela. Recientemente ha editado Les Onze, todavía inédito en español, libro con el que ha sido premiado con el prestigioso premio de la academia francesa en el 2009.

Obras de Pierre Michon

  • Vies minuscules, Gallimard (1984); Folio (1996).

  • Vie de Joseph Roulin, Verdier (1988).

  • L’empereur d’Occident, Fata Morgana (1989) con grabados de Pierre Alechinsky. Verdier Poche (2007) sin ilustraciones.

  • Maîtres et serviteurs, Verdier (1990).

  • Rimbaud le fils, Gallimard (1991).

  • La Grande Beune, Verdier (1996).

  • Le roi du bois, Verdier (1996).

  • Mythologies d’hiver, Verdier (1997).

  • Trois auteurs, Verdier (1997).

  • Abbés, Verdier (2002).

  • Corps du roi, Verdier (2002), premio Décembre.

  • Le roi vient quand il veut. Propos sur la littérature, Albin Michel (2007), grueso libro de 30 entrevistas revisadas por el autor.

  • Les onze, Verdier, 2009.

Traducciones al español

  • Rimbaud el hijo, traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Anagrama (2001).

  • Vidas minúsculas, traducción de Flora Botton-Burlá, Anagrama (2002).

  • Señores y sirvientes, traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Anagrama (2004).

  • Cuerpos del rey, traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Anagrama (2006).

  • Tres autores (publicado junto con Cuerpos del rey), traducción de María Teresa Gallego Urrutia, Anagrama (2006).

  • Mitologías de invierno. El emperador de Occidente, traducción de Nicolás Valencia, Alfabia (2009).

20 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Hilvanes dice:

    Qué texto más hermoso!!!! Ha sido como un rezo, una letanía…

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    1. jimarino dice:

      Gracias por el comentario, anima y alegra, pero tratándose de Pierre Michon y amando la literatura, te aseguro que ha sido fácil. Este francés es una pasión, uno empieza y ya no puede parar.
      Un abrazo muy fuerte.

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  2. Zaxanaercis dice:

    Por circustancias de mi vida cuyo rostro conozco
    demasiado bien, pero cuyo efecto extrañísimo sobre
    algo en concreto no logro poder entender, hace meses
    que no leo nada. Lo que quiera que sea me impide hasta
    mirar la contraportada de un libro. El último que
    tenía entre manos lo dejé a medias criando telarañas.
    Pero me prometo a mí misma que en cuanto esto se pase
    lo primero que lea será algo de Michon porque un tal
    Jimarino, en cuyo criterio confío, me ha «picado» con
    su apología y porque, además, me ha encantado la historia
    con su suegra, la verdadera descubridora del escritor.
    Si puedo conseguirlo, lo leeré en francés y lo disfrutaré
    más.
    Como siempre, un placer leerte.
    Un abrazo.

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    1. jimarino dice:

      Querida Zaxanaercis;
      De nuevo gracias por participar en Los perros de la lluvia, un honor, viniendo de ti. Es curioso lo que cuentas, porque a mí también me ha pasado alguna vez. Uno detesta algo de lo que hay en los libros, a veces no son ellos, son el entorno, o el tipo de libros que por desgracia caen en nuestras manos. Otras veces somos nosotros mismos, rotos en pedazos, perezoso o quebrados como juncos, o simplemente deseosos de vida, exhultantes, sin necesidad del invierno cálido de los libros, más bien instalados en el verano de la vida, en la alegría de sentir, de conocer de un modo más tangible, más sensorial, la existencia. Celebro haberte picado. Michon no es sólo un escritor, es una ceremonia, y sobre todo lo es porque en comparación con la mayoría de lo que tenemos al alcance, sobresale. Te recomiendo para empezar sus obras más narrativas en el sentido clásico, quizá porque son las primeras que leí: Vidas minúsculas sobre todo, y Mitologías de Invierno, y el Emperador de Occidente. Anagrama editó hace ya casi cuatro años Vida minúsculas sino me equivoco, y creo que está reeditando toda su obra en el catálogo de panorama de narrativas. Si quieres leerlo en francés, el editor allí es Verdier, y las dos novelas cortas que Alfabia juntó en un sólo volumen están en dos libros distintos. Yo no tengo tanto dominio, pero si eres capaz de hacerlo, mejor en su lengua original, aunque las traducciones que he leído son todas bastantes sobresalientes. Mi suegra es un torbellino lector, desde luego, y efectivamente la primera persona que me habló de Michon. Ojalá te guste, tengo la intuición de que así será. Los libros más ensayísticos, aunque es dificil catalogarlos de esa manera, también son extraordinarios. Cuerpos del rey quita el hipo, es raro encontrar escritores que escriban también sobre otros escritores, quizá sólo Villa-Matas alcanza ese nivel de fascinación, ese punto que media entre la ficción, el rigor crítico y el encanto de la narración. Lo mismo sucede con Señores y sirvientes, pero este dedicado a la pintura. Muy brillante. En fin. Un abrazo muy fuerte, y gracias de nuevo por el comentario. Ya me cuentas…

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  3. carlosmonsivas dice:

    Compañero, a veces me dejas mudo, me haces enmudecer. Estoy asombrado, he gozado de principio a fin. ¿Quién necesita leer los anquilosados suplementos de cultura?. Con diez como tú la literatura terminaría por ser más popular que los videojuegos y las revistas del corazón. Una letanía, decía Hilvanes, un rezo, es verdad. Tuve la fortuna de leer Vidas minúsculas hace algún tiempo y me encantó, pero le perdí la pista a Pierre Michon. Estoy demasiado alejado de la literatura francesa, pero comparto de principio a fin la hermosura del libro, las fascinación que provoca.
    Me encantaría conocer, por cierto, a tu suegra.
    Nada, que sigas así de fresco entre hojas de papel.
    Un saludo

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    1. jimarino dice:

      Mi suegra es un torbellino, tremenda. Te la recomiendo, Carlos, sin titubeos. Es una lastima que un tipo como tú le pierda la pista a Michon. Sigue vivo y hay que aprovecharlo. Sobre la literatura francesa tienes razón, lo que llega no resulta demasiado alentador, pero para eso está mi querido Chantal, como siempre, dispuesta a ratrear entre las librerias y los editores. Augura una renacimiento, pero es un muy optimista. Me ha recomendado en su última visita a otro francés ilustres: René-Louis des Forêts. Voy a ver si algo traducido al español, en francés todavía sufro a estas alturas.
      Nada, que todo vaya bien.
      Un abrazo

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  4. Olvido dice:

    Cuando descubro buenos textos de escritores como en este caso Michon, o leo sus libros siempre me dan ganas de lo mismo: Callarme.
    Menos mal que a ti no te sucede lo mismo.
    Como siempre, un auténtico placer leerte.
    Un abrazo

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    1. jimarino dice:

      Olvido, al principio de leer tu comentario sufrí una poderosa timidez. me dije: Olvido se han cansado de mis excesos verbales, y en el fondo, entendía esas palabras escritas, porque a mi me pasa lo mismo. Cuando terminó un libro de un autor sobresaliente me inunda el silencio, las ganas de callarme. Luego, ese «menos mal que a tí no te sucede lo mismo» me sumió en un estado de alivio, también de optimismo. El placer es mío, saber que lees mis letanías. Sabes que siempre es un honor y un gustazo tenerte por aquí. Por cierto, tu Cierta belleza es cada vez más elegante y mágico. Si no participo es porque ante el mundo de la imagen me siento como un absoluto aprendiz ante ti y la gente que te escribe. Prefiero aprender, a ver si se me pega algo.
      Un beso muy fuerte.
      Me ha impresionado el enlace de correspondencias, terrible y hermoso.
      Hasta pronto.

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  5. Madison dice:

    Buenas tardes, es la primera vez que entro. De hecho acabo de descubrir este lugar.
    No tengo palabras, es genial!!

    Tengo una duda, hace años leí Vidas minúsculas, pero creo recordar que no era de Anagrama, ¿es posible? Quizá me equivoco de libro, porque hace mucho ya.

    Felicidades por tu blog
    Un saludo

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    1. jimarino dice:

      Madison,
      Me alegra que te guste, encantado de que pases por los perros de la lluvia cuando quieras. No sé si Vidas minúsculas está en el catálogo de otra editorial, pero ahora toda la obra de Michon, a excepción de Mitologías de Invierno, que está en Alfabia, la tienes disponible en Anagrama.
      Un saludo.

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  6. Pingback: Alfabia
  7. blanca dice:

    Hola : Jimarino; fantástico tu preludio! ¡ genial tu introducción !
    Andaba yo buscando algún libro de este peculiar autor, y te he encontrado a tí.Nos han
    facilitado el inicio de un texto (Mitologia de invierno de Pierre Michon) en el taller de literatura . El ejercicio consite en seguir redactando nosotras el texto. Quería conocer
    algo más de este escritor, y francamente, no voy a poder realizar el ejercio. Sería un
    insulto pretender seguir su texto. Esoy impactada, me identifico con lo `poquisimo que he
    leido. Sin duda alguna, personas como tú, hacen que amemos la literatura con tu sugerente y
    evocadora entrada. Muchas gracias por tú tiempo y por tus conocimientos. ¡hata la próxima!
    te envio un cordial y afectuoso saludo.Blanca

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    1. jimarino dice:

      Blanca, la verdad es que el profesor del taller os ha hecho una putada de las gordas. Seguir redactando a partir de Michon me parece una osadía increíble, o quizá tiene una fe inmensa en vosotros. Michon posee una de las prosas más extraordinarios, profundas y hermosas de la tierra en este momento. A mí me resultaría un tormento, y te lo digo porque llevo desde noviembre peleándome con un texto corto construido a partir de los libros más importantes de Michon. Igualarlo, o simplemete alcanzarle por un instante, me parece algo fuera del alcance de la mayor parte de los escritores vivos que pueblan la tierra. Pero ánimo, quien sabe.
      Mil gracias por el comentario. Si es verdad que éste texto te ha hecho amar aqunue se aun ápice más el desprestigiado mundo de la literatura quedo por completo satisfecho con él, porque en el fondo, esa es la intención no sólo del post sino de todo el blog: guardar la esperanza de la literatura que en el fondo, y no creo que sea exagerado, es la esperanza del mundo. Prueba de ellos son los comentarios y correos que he recibido en torno al artículo sobre Bohumil Hrabal, me parecen un milagro como ese puñado de lectores desconocidos, al igual que yo, llegaron al checo.
      Espero verte de nuevo por Los perros de la lluvia. Me he permitido el lujo de dejar mi nombre de guerra en tu comentario: es Jimarino.
      Un abrazo.

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  8. Enrique dice:

    no me parece tan elogioso lo que has hecho

    lo pasé por aquí, de toda forma, la mayor parte del tiempo con la sensación de leer a alguien que asume una falsa modestia a la sombra de Michon

    y sí, creo que mucho de lo litúrgico en la literatura es aquello que podría llamarse la letra con sangre, aquella que nos conmueve

    «El lenguaje literario es el lenguaje desnudo hasta el espanto», dice Quignard

    Saludo

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    1. jimarino dice:

      Enrique,
      En primer lugar gracias por el comentario. Me alegra tu creencia en lo litúrgico de la literatura, último refugio de lo religioso sin iglesias cuando alcanza ese lugar sanguíneo que nos conmueve. Michon consigue construir ese espacio que casi es en si mismo un mundo demiúrgico, tan original como sagrado. Su literatura parece una oración tan a menudo.
      Sobre mi falsa modestia te equivocas; en primer lugar porque cuando leo carezco de ella, soy avaricioso y engreído como un banquero; en segundo lugar porque en verdad tengo poco de lo que presumir, así que prefiero ocultarme entre estos escritores que admiro.

      Un abrazo.

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  9. Gabriel Jaime Murillo dice:

    He ingresado por primera vez a Los perros de la lluvia, no sé ahora si por acompasar los ladridos lastimeros de las mascotas que rodean el edificio donde vivo o por desviar mi atención sonora en la lluvia real que cae sobre Medellín. Pero aquí recalé e igual me dejé llevar de la mano de tu suegra para extenderle una palmada en el hombro a Michon, incitándole con «Vamos a por ellos», aun sin saber exactamente a quiénes me refería. De Michon sólo he leído una y otra vez y otra vez las Vidas Minúsculas -que no puedo menos que escribir con mayúsculas- sólo porque hasta hoy ningún otro se digna cruzarse en el camino, como aquella tarde borrascosa en que encontré en alguna parte este luminoso libro hecho de sombras y pinceladas cantoras. Voilá!

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  10. coloquio dice:

    Menudo texto, menuda página. Partiendo de Gracq, Julien Gracq e hilando en la telaraña de la red he fondeado aquí, estación intermedia pero en la que me bajo sin dudar antes de llegar a Michon. Cada vez me gustan más los narradores que los novelistas. Busco la prosa y me deleito con ella más que con el argumento. A quienes caen en esa forma de escribir algunos novelistas les acusan de practicar la «prosa cascabel», qué le vamos a hacer. Tendremos el criterio desajustado pero me gustan los caminos dignos de andar aunque no lleven forzosamente a ningún sitio. El de jimarino sí que lleva a uno perfectamente reconocible a través de un hermosísimo sendero: las ganas, enorme deseo de acabar con lo que tengo abierto y abrirme a los sugestivos mundos de Michon.

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    1. jimarino dice:

      Estoy contigo; a estas alturas de la historia de la literatura, prefiero cómo se cuenta a lo que se cuenta, o mejor, quiero que me cuenten cosas extraordinarias de un modo extraordinario. Al final, la escritura es precisamente aquello que narra. Es tan sencillo, y es tan raro en este extraño 2011.
      Michon es uno de esos escritores inmensos, con una prosa tan precisa como extraordinario. A mi modesto juicio uno de los grandes que quedan vivos. Julien Gracq, siendo completamente distinto a Michon, consigue eso, que su prosa sea la que hable, que sus silencios y sus ruidos llenen de profundidad la suavidad de lo que quiera contar. Las palabras parece que son capaces de reverberar, de reproducirse, de contar muchas más historias de las que parece.
      Me alegro que mis pequeños textos literarios te animen.
      Un abrazo.

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  11. Maria jesús dice:

    Maravillosa presentación del autor. Se nota que le gusta. Me parece que dentro de las obras le falta una: El origen del mundo, también publicada en Anagrama y esncial de leer.
    Un saludo

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    1. jimarino dice:

      Muchas gracias por el comentario María Jesús. Pierre Michon, tal vez junto a Cormac McCarthy, es uno de los mejores y más profundos escritores vivos. Lastima que envejece demasiado rápido, y no se cuantos libros le quedarán por escribir.
      Gracias por la alusión a El origen del mundo. Lo compré en Enero del 2012,tiempo después de escribir el Post.
      Bienvenida a Los perros de la lluvia.

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