Todo tiene un final que se vierte sobre un reloj de arena, y esta ciudad, hecha de arrebatos, se pierde en el recoveco de sus esquinas, llenas de ausencias, Marina, sin el viejo brillo mediterráneo, sin la pulsión de las aguas templadas. Hemos descorrido la cortina que nos ciega: a esta ciudad no le faltan velas, ni corolarios, ni modernas esquelas. Ahora la ciudad tiene amaneceres tristes, y al mirar por la ventana, éste, tu viejo amante, se dedica a repetirse como un dromedario ebrio. Ya no hablo, Marina, de las pérdidas y las muertes premonitorias, porque huelen a naftalina, a vela que dejamos consumir sin plegaria. Allí, junto al paseo, han levantado ladrillos que se acercan al mar, y museos minerales, y el viejo barrio ya es apto para los niños y los pescadores de domingos apacibles. En los refugios de los enamorados han abierto terrazas a tres euros el café. Ha mejorado hasta el tiempo, Marina, que seduce a los turistas con su Miguelete incendiado, con su plaza aireada, con la ciudad de las artes vacías. Peatonales y mixtas, las calles se alargan, y por el lejano Este el mar está más cerca. Mejor no vuelvas, Marina, aquí ya no queda nadie; el viejo barrio se ha remozado con el vidrio y el yeso, con barrotes y frío. Como hija pródiga no serás bien recibida, perteneces a una postal que murió hace mucho, un sábado de primavera en que bebimos tierra sobre las Atarazanas, en Valencia, barrio del Carmen, madrugada de seis a siete y media de la mañana.
Hermoso poema, de una ciudad que se perdió hace mucho.
Sigo siendo la misma, algo más lejana que entonces. Me ha alegrado mucho encontrar estos versos que un día escribiste para mí.
Recuerdo tu nombre y tu rostro a la perfección aunque te parezca mentira después de tanto tiempo, y aquella manía tuya de perder el norte en cuanto la noche se iba convirtiendo en día.
Un abrazo muy fuerte, aunque esté lejísimos de allí…
Un besazo jimariño, mi querido Juan Miguel Ariño con nombre de culebrón…
Hermoso poema, de una ciudad que se perdió hace mucho.
Sigo siendo la misma, algo más lejana que entonces. Me ha alegrado mucho encontrar estos versos que un día escribiste para mí.
Recuerdo tu nombre y tu rostro a la perfección aunque te parezca mentira después de tanto tiempo, y aquella manía tuya de perder el norte en cuanto la noche se iba convirtiendo en día.
Un abrazo muy fuerte, aunque esté lejísimos de allí…
Un besazo jimariño, mi querido Juan Miguel Ariño con nombre de culebrón…
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