En mil novecientos noventa tenía los pies de barro y el corazón de vuelo, soñaba con el planear de los arcángeles caídos mientras esnifaba pedazos de cielo en madrugadas desoladas. A veces olía las flores de los jardines, masticaba tierra en tardes aburridas y solía pensar que el destino era más mío que las manos que acariciaban todos los cuerpos que tuve.
En mil novecientos noventa mi vida pudo convertirse en un tango pero quedo exageradamente hinchada por el éxito de una adolescencia tardía que surgía milagrosa de entre los ritos y las bufonadas del teatro. Me quedé sin aire enganchado a una guitarra eléctrica, y de haber sido famoso estaría muerto entre gladiolos y petunias de colores, olvidado el paso del tiempo y habiéndome perdido la historia completa de la literatura.
En mil novecientos noventa quería danzar contigo bajos los vestigios de Roma, o en esa ribera del Sena al atardecer, pero tú tenías miedo a que el corazón llorara hecho trizas por mi alcoholismo decadente -puro glamour- o por ese suicidio a la mode que ejercía con elegancia mundana. Lo entiendo. Todos los miedos determinan el paso atrás, convierten el complejo en rareza y uno se las da de erudito y sensible mientras pierde la vida ante el compás del otoño. Pero yo quería abrazar tu pelo negro, obviar la saliva que mezclaba entre tragos y besos, crear un destino con mi bailarina de mar, soñar otra vez despierto.
Mil novecientos noventa fue un año importante; me di cuenta de que estaba sólo a pesar del incesante bullicio. Aquella pintora de lenguas virginales y la eléctrica inmaculada salvaje, (tan puta y tan blanca, tan espléndida en su poder vaginal), y las amantes de vestuario de cocktail y after amaneciendo, me insinuaban que yo te quería en cada uno de mis pasos, caminando junto a ti con esas botas de cuero negro, afilando tú esa espalda estirada como un junco de tanta barra y Lago de los cisnes.
En mil novecientos noventa querías ser Isadora Duncan y ser enterrada en el Pére Lachaise.
Tú creías que yo moriría joven y con un bonito cadáver, y yo te decía que era pronto para el au revoire definitivo, para el aspaviento y el hartazgo, pero no me creíste. Pensabas en las cruces que dejábamos en el camino y en el tiempo de los poetas beodos, y en esos perros de la lluvia que caían como moscas al ritmo de las gotas en los cristales, en el borde de los caminos, sedientos, hambrientos, muertos antes de nacer. No confiabas en mi desdén por los iconos y las postales, ni siquiera en esa sonrisa que trataba de decirte a gritos que eras tú, o en los astros que sonaban con sus trompetas mientras corríamos despavoridos en medio de la sangre y la risa. Eras la savia de mis labios, la musa que tenía que socorrerme de las penurias, de la tierra quebrada a nuestros pies, y elevarse a los altares del gozo y el aplauso.
En mil novecientos noventa morí de pena muchas veces, me dolía el alma y en el córtex chirriaban las promesas. Evacuábamos la ira absorbiendo ya el absurdo, pero no lo supe hasta después, hasta que me convertí en un ángel helado, en un espectro de dolor, en ansia y esperma derramada al compás. Qué curioso, y yo sólo te buscaba en las ortigas, me quemaba con los cigarrillos encendidos las muñecas, y fustigaba hasta el delirio mi espalda de cristal. Sólo te quería, sólo quería ese último baile de heridas y furia, pero ya no te fiabas de mi mirada al destino, no, señora, ni de aquellos besos que regalaba por desidía, ni de esas esperanzas que depositaba en la fortuna y en sus ruedas que jamás comprendí.
En mil novecientos noventa pudimos convertirnos en las luces de los bares de antaño, quizá tú perdiste el norte para abrazar esos seres marchitos y los pequeños delirios ambiguos. Hoy serás infeliz, lo sé, te gustaba demasiado la estúpida belleza. Y yo elegí el olvido para no morir de rabia, y también ese eco impreciso de otras mujeres que no tuvieron miedo al amor o miedo al dolor, que viene a ser lo mismo tan a menudo. Qué curiosa la vida, ahora ausentes ambos, tantos años separados sin saber uno del otro ¿Dónde estarás, pequeña sirena? ¿Qué será del monstruo de la selva, de las barreras que construiste para luego convertirte en musa de mutantes de ojos azules y cuerpos dionisíacos esculpidos en tus mismos bailes de sal?
En mil novecientos noventa yo no sabía si viviría y tú tenías pánico a vivir. Fuimos tan hermosos que aún hoy en día nos recuerdan las fotografías. Apenas atisbo esas viejas calles al anochecer y oigo el lamento de todos aquellos que te desearon en el silencio de las largas madrugadas. Yo echo de menos el alcohol y la inconsciencia, a veces la extraña alegría de esos días incendiarios, la aspereza triste de la tardes de otoño, la llama que creí poder mantener.
Aún así te espero en las farolas alumbradas cuando llega la medianoche, creo que vas a estar en esos rincones que pisamos, quiero oír el eco de tus tacones, ver tu espalda afilada y adivinarte en la esquina por la que cruces la acera. ¡Ah, si supieras que después fui feliz! ¡que soy feliz de otra manera! Quizá si lo hubieses sabido, aquel antiguo miedo de esfinges, de almas encerradas, la mirilla por la que mirabas el resplandor de la luna y las estrellas de las noches en vela, quizás, todo lo que fuimos sería, todo lo que fuimos hubiera sido, la estrella que se me apaga brillaría todavía. Aunque, lo que no muere pervive en algún lugar, un lugar donde todo se acumula indeciso, etéreo, donde cada noche atisbo los fantasmas de los que no están, de los que se fueron para siempre por la fuerza o por la inercia. Ya dijo Pessoa que quien ama no sabe lo que ama ni qué es amar, que amar es la eterna inocencia, y tú eras miedo, experiencia de saber. A veces tomo la última cerveza en el H. P., suena aquella vieja canción de despedida y veo tus labios embadurnados de carmín y besos en aquella noche helada de mil novecientos noventa eterna.
Bello poema, descarnado. Además, respeto mucho el borde de la vida.
Gracias por haber pasado por mi blog Indicios de Desorden y dejarme tan hermosas palabras.
Vuelve cuando quieras.
Un saludo.
David
es curioso como el pasado, la historia, los recuerdos y la vida se guardan en pequeños cajones, dentro de nuestra cabeza.
Es curioso como, con el tiempo y con un extraño mecanismo, se abren para luego cerrarse.
Demasiadas veces borro o pierdo las etiquetas que los identifican, pero su contenido lo conservo aun con el paso de los años.
Pese a lo largo que es este poema que nos traes, me ha sido fluida su lectura.
1990
Historia dura e intensa en la que los interrogantes se plantean constantemente uno tras otro, mezclado con los miedos que todos en ocasiones hemos sentido.
1990 todos tenemos un 1990, igual, parecido o diferente, todos podemos escribir un 1990, lo importante en este camino es comenzar a reescribirlo en algún momento, aunque sea en 2008, después de tantos años.
Es verdad, estel, que Degas hace buena cualquier cosa. Tiene un aire otoñal, nostálgico, que hace pensar en un día de lluvia contemplado desde los cristales de un aula con el suelo de madera encerada. Casi escuchas el sonido del frúfrú, los cuchicheos de las muchachas que se disponen a bailar, a estirar sus cuerpos esbeltos y fibrosos junto a la barra y el espejo.
Un abrazo
Azularena;
si el poema ha abierto alguno de tus muchos cajones y esto sirve modestamente para que tu presente sea más intenso, me siento satisfecho. Nada de melancolías. El pasado es el espejo donde vemos nuestro reflejo en el presente, donde intuimos quienes somos, donde podemos ir, que circunstancias empujaron nuestra vida para vivirla con más plenitud
Espero que estés bien… un besote para los tres
Gracias david,
el borde de la vida ayuda a descubrir en que consiste el centro de la misma, siempre que uno sobreviva. Tus indicion de Desorden siempre son ese borde distinto que perdura y al que me apetece acercarme conforme transcurren los años
Un abrazo
Todavía me huele a danza un hueco que anido dentro, cada día en una parte. Entrar aquí hoy ha llenado un pedazo de ese hueco, que ahora huele más. No importa. Recordar forma parte de nosotros, y ahora que es otoño…
Hoy he llegado aquí para descubrir el Otoño de las bailarinas. Es una casualidad que necesitase esta ola inmensa de palabras y metáforas, y no lo sabía. No sé que decir. No te conozco pero pareces de aire pesado, de rabia y amor, de eterna rebeldía que surge de la nueva cordura. De verdad que el eco de este lamento/esperanza/venganza/memoria me ha hecho pensar en mis espejos del pasado.
Impresionante.
(*
Recojo con gusto tus saludos crujientes y danzarines, sobre todo después de leer tu comentario.
¿danzas que huelen y anidas dentro, y que se desplazan cada día?. Es una hermosa e inquietante imagen
¿por qué has llenado un pedazo de hueco, y sigue oliendo más con estos versos?.
Has despertado algún sentido extraño en mí, pero no sé lo que es, no termino de entenderlo.
Recordar es mirarse a un espejo que deforma nuestra imagen con disimulo para impedirnos observar con claridad las partes reales de las que estamos hechos. Otoño nos mira a los ojos. Es un mes austero, frágil para vivir dolorido y tierno para compartir.
Me gustaría apreciar por un momento en qué consisten realmente tus danzas perfumadas, le daré vueltas al asunto aunque será complejo saber de donde viene esa metáfora… en fin, un beso muy fuerte
Ana,
Últimamente las casualidades me están deparando agradables sorpresa. Debe ser éste, el mes de los descubrimientos, por otra parte muy agradables. Yo tampoco sé quien eres, y es posible que esté hecho de lo que dices, pero no creo en las venganzas, prefiero esa melancolía que nos empuja a saber, a construir desde las raíces, desde la verdad de lo que creemos ser. Prefiero el otoño al verano o al invierno. Es un mes que oscila entre el futuro y el pasado, el mes de las bailarinas azules que danzan, los días en los que uno aprende en verdad por igual a conocer los límites y las posibilidades. Yo nací en otoño, así que me siento una mezcla de entusiasmo y nostalgia a partes iguales, aunque tampoco importa mucho.
Bienvenida a los Perros de la lluvia y gracias por los comentarios.
He encontrado a tus perros de la lluvia porque el destino, no la casualidad, lo ha querido.
Las bailarinas han removido todos los posos de mi pasado, me han despertado sentimientos y recuerdos olvidados, nostalgias y decepciones.
Todos somos quien somos gracias y a pesar de los noventa y, en tu caso, te han guiado al escribir esta maravilla y han conseguido que un viejo amigo se emocione.
Aún puedo recordar algún que otro otoño mojado, dentro de mi pequeño coche blanco, esperando que el tiempo me guardase un futuro de bailarinas chapoteando.
… el sonido de cada hoja desprendiéndose del árbol… en otoño…
No puedo evitar acordarme de esa canción de «Surfin» cada vez que empiezan a abandonarnos las noches de bochorno.
Muchas gracias The Flows, por el comentario. Si mi poema te ha emocionado ya ha cumplido su sentido. The Flows evoca tantas cosas que llevo unos días algo melancólico. Espero que estés bien y que el tiempo te haya dado algunas cosas hermosas.
Un beso fortísimo, amigo…
si las bailarinas te ha recordado ese pedazo de canción me alegro enormemente. Es una de las mejores canciones de la música popular de este país. Si Alfaro fuera norteamericano El ángel turbio se oiría en todas partes.
Espero que tus otoños mojados posteriores te hayan ofrecido alguna de aquellas bailarinas que aguardabas.
Un abrazo y bienvenido a los perros de la lluvia.
Bello poema, descarnado. Además, respeto mucho el borde de la vida.
Gracias por haber pasado por mi blog Indicios de Desorden y dejarme tan hermosas palabras.
Vuelve cuando quieras.
Un saludo.
David
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es curioso como el pasado, la historia, los recuerdos y la vida se guardan en pequeños cajones, dentro de nuestra cabeza.
Es curioso como, con el tiempo y con un extraño mecanismo, se abren para luego cerrarse.
Demasiadas veces borro o pierdo las etiquetas que los identifican, pero su contenido lo conservo aun con el paso de los años.
Un abrazo mon amic.
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Ariño,
Pese a lo largo que es este poema que nos traes, me ha sido fluida su lectura.
1990
Historia dura e intensa en la que los interrogantes se plantean constantemente uno tras otro, mezclado con los miedos que todos en ocasiones hemos sentido.
1990 todos tenemos un 1990, igual, parecido o diferente, todos podemos escribir un 1990, lo importante en este camino es comenzar a reescribirlo en algún momento, aunque sea en 2008, después de tantos años.
El poema tiene momentos muy bellos, enhorabuena,
Estel J.
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Por cierto Ariño, las bailarinas azules sublimes le dan ese toque a pasado a tu poema.
Me encanta Degas.
Un abrazo,
Estel J.
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Al fin tienes a tu musa, dentro o fuera o en todo…, porque este poema es maravillosamente fantástico.
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Es verdad, estel, que Degas hace buena cualquier cosa. Tiene un aire otoñal, nostálgico, que hace pensar en un día de lluvia contemplado desde los cristales de un aula con el suelo de madera encerada. Casi escuchas el sonido del frúfrú, los cuchicheos de las muchachas que se disponen a bailar, a estirar sus cuerpos esbeltos y fibrosos junto a la barra y el espejo.
Un abrazo
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Azularena;
si el poema ha abierto alguno de tus muchos cajones y esto sirve modestamente para que tu presente sea más intenso, me siento satisfecho. Nada de melancolías. El pasado es el espejo donde vemos nuestro reflejo en el presente, donde intuimos quienes somos, donde podemos ir, que circunstancias empujaron nuestra vida para vivirla con más plenitud
Espero que estés bien… un besote para los tres
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Gracias david,
el borde de la vida ayuda a descubrir en que consiste el centro de la misma, siempre que uno sobreviva. Tus indicion de Desorden siempre son ese borde distinto que perdura y al que me apetece acercarme conforme transcurren los años
Un abrazo
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Alfaro… muchas gracias por tu comentario. Sabes que me cuesta decir algo más… tus últimos poemas son cada vez más deslumbrantes
Un abrazo
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Todavía me huele a danza un hueco que anido dentro, cada día en una parte. Entrar aquí hoy ha llenado un pedazo de ese hueco, que ahora huele más. No importa. Recordar forma parte de nosotros, y ahora que es otoño…
Saludos crujientes y danzarines.
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Hoy he llegado aquí para descubrir el Otoño de las bailarinas. Es una casualidad que necesitase esta ola inmensa de palabras y metáforas, y no lo sabía. No sé que decir. No te conozco pero pareces de aire pesado, de rabia y amor, de eterna rebeldía que surge de la nueva cordura. De verdad que el eco de este lamento/esperanza/venganza/memoria me ha hecho pensar en mis espejos del pasado.
Impresionante.
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Pues, muchas gracias.
Un abrazo
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(*
Recojo con gusto tus saludos crujientes y danzarines, sobre todo después de leer tu comentario.
¿danzas que huelen y anidas dentro, y que se desplazan cada día?. Es una hermosa e inquietante imagen
¿por qué has llenado un pedazo de hueco, y sigue oliendo más con estos versos?.
Has despertado algún sentido extraño en mí, pero no sé lo que es, no termino de entenderlo.
Recordar es mirarse a un espejo que deforma nuestra imagen con disimulo para impedirnos observar con claridad las partes reales de las que estamos hechos. Otoño nos mira a los ojos. Es un mes austero, frágil para vivir dolorido y tierno para compartir.
Me gustaría apreciar por un momento en qué consisten realmente tus danzas perfumadas, le daré vueltas al asunto aunque será complejo saber de donde viene esa metáfora… en fin, un beso muy fuerte
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Ana,
Últimamente las casualidades me están deparando agradables sorpresa. Debe ser éste, el mes de los descubrimientos, por otra parte muy agradables. Yo tampoco sé quien eres, y es posible que esté hecho de lo que dices, pero no creo en las venganzas, prefiero esa melancolía que nos empuja a saber, a construir desde las raíces, desde la verdad de lo que creemos ser. Prefiero el otoño al verano o al invierno. Es un mes que oscila entre el futuro y el pasado, el mes de las bailarinas azules que danzan, los días en los que uno aprende en verdad por igual a conocer los límites y las posibilidades. Yo nací en otoño, así que me siento una mezcla de entusiasmo y nostalgia a partes iguales, aunque tampoco importa mucho.
Bienvenida a los Perros de la lluvia y gracias por los comentarios.
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He encontrado a tus perros de la lluvia porque el destino, no la casualidad, lo ha querido.
Las bailarinas han removido todos los posos de mi pasado, me han despertado sentimientos y recuerdos olvidados, nostalgias y decepciones.
Todos somos quien somos gracias y a pesar de los noventa y, en tu caso, te han guiado al escribir esta maravilla y han conseguido que un viejo amigo se emocione.
Un abrazo.
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Aún puedo recordar algún que otro otoño mojado, dentro de mi pequeño coche blanco, esperando que el tiempo me guardase un futuro de bailarinas chapoteando.
… el sonido de cada hoja desprendiéndose del árbol… en otoño…
No puedo evitar acordarme de esa canción de «Surfin» cada vez que empiezan a abandonarnos las noches de bochorno.
Un abrazo.
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Muchas gracias The Flows, por el comentario. Si mi poema te ha emocionado ya ha cumplido su sentido. The Flows evoca tantas cosas que llevo unos días algo melancólico. Espero que estés bien y que el tiempo te haya dado algunas cosas hermosas.
Un beso fortísimo, amigo…
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Angel turbio,
si las bailarinas te ha recordado ese pedazo de canción me alegro enormemente. Es una de las mejores canciones de la música popular de este país. Si Alfaro fuera norteamericano El ángel turbio se oiría en todas partes.
Espero que tus otoños mojados posteriores te hayan ofrecido alguna de aquellas bailarinas que aguardabas.
Un abrazo y bienvenido a los perros de la lluvia.
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